Exhumación poética de “Larva” (Julián Ríos)

Gabinete de labios periféricos


Una novela parecida a un ser vivo y diferente a la mayoría de libros que provoca lecturas e interpretaciones anómalas (…). Larva siempre nos dice, señala, sugiere algo nuevo y diferente.
 Es una novela condenada a ello. No importa cuántas veces se la lea.

Alejandro Hermosilla (corrector de Larva de la edición definitiva de 2021).


En mi anterior exhumación (La canción de NOF4 de Raúl Quinto) especulaba con la existencia en mi gabinete de una sección intitulada RAREZAS MUY RARAS. No hay duda de que tal categoría también abraza a la obra que será aquí exhumada: Larva (Babel de una noche de San Juan) de Julián Ríos. Baste decir que de ella se ha dicho que es «deudora de Finnegans Wake en sus juegos de palabras, en sus retruécanos, en su mareante orgía de palabras» (Juan Ángel Juristo, dixit).

La primera edición de Larva data de 1983, la publicó la mítica Llibres del Mall en su colección en castellano Serie Ibérica, y cuenta con una emblemática portada realizada por Antonio Saura. En mi gabinete vive un ejemplar de la tercera edición (1984) y que está al lado de la siguiente obra del autor y de la misma editorial, Poundemónium (Homenaje a Ezra Pound) en su primera edición de 1986 (que luego ampliaría en 1989), que es una continuación sui géneris de Larva, dotada de su propio mapa y colección de fotografías.

Julián Ríos reside en Francia y nació en Vigo en 1941. Narrador, ensayista y crítico de arte, es coautor con Octavio Paz de Solo a dos voces (1973) y de Teatro de signos (1974). El mexicano siempre se refirió a Ríos como un seguidor de la tradición rupturista. Y si buscan algo rupturista, joyceano hasta la suciedad (disculpen el juego inevitable), ahí está Larva. Dice su solapa (cuando el autor se dirige al “Solapado Lector”) respecto a su contenido: «600 páginas, con abundantes ilustraiciones dentro y fuera de texto. La larva —máscara y fantasma— de Don Juan en su fiesta, en el enredo de una noche oscura de San Juan. Las andanzas y experdiciones por Londres de dos atolondrados que se toman por personajes de novela e intentan meterse en la piel de sus dobles».

Larva a veces se parece a una burla, a veces a un libro de maravillas y otras a un enjambre de neuronas atiborradas de LSD —del bueno—, que hacen que su descripción sea un reto inasumible en este espacio insuficiente. Como ejemplo, decir que Larva ha generado (entre otras aportaciones) el volumen Palabras para Larva (1985), una extensa recopilación de textos sobre la obra, editada por Andrés Sánchez Robayna y Gonzalo Díaz-Migoyo. Textos de, entre otros, Juan Goytisolo, Severo Sarduy o los propios editores. Operación que de manera semejante (y electrónica) llevará a cabo la revista Tropelías que, para celebrar la edición definitiva de 2021, aúna las opiniones y reacciones de un numeroso grupo de autores (entre ellos el propio Julián Ríos) a lo largo de más de 300 páginas (y que, maravilla, es descargable gratuitamente).

A modo de corolario, aceptando el fracaso de estas líneas con alegría, cedamos de nuevo la palabra al corrector de la edición definitiva, Alejandro Hermosilla: «Una selva de vocablos nuevos, idiomas distintos y parecidos a sí mismos, prefijos convertidos en sustantivos y sufijos transformados en verbos que conduce la lengua española más allá que casi ningún libro escrito hasta ahora. Transformándola en una trampa, una enredadera, un pantano, un río, un vendaval entre el que resulta muy difícil orientarse o encontrar certezas».

Para exhumar un poema de Larva utilizaré el número 37, exactamente el número de años que transcurren desde la primera edición de la obra y la definitiva y facsimilar de 2021.

Así, como indica el procedimiento exhumatorio habitual, desde la página 37 y sus múltiplos, elegiré un verso para componer el poema (37, 74, 111, 148… 592). Debo decir que al final del poema destaca una casualidad (muy probablemente no casual, acontecida por las intuiciones poéticas que funcionan como descabelladas ficciones pero que son, ya lo sabemos —¿no es cierto? —, auténticos dictados de un azar nada azaroso, preexistente, como los plagiarios por anticipación descritos por los miembros de Oulipo). Una casualidad, digo, concretada en el verso que elijo como antepenúltimo (p. 518): “al descubrir aquella foto” y de la penúltima página (555), de la cual exhumo el verso siguiente: “en la luna del armario”. Y acontece que la última página a exhumar (la 592) corresponde a una fotografía y que, a priori, no debería contener texto alguno y, por tanto, la página 555 sería la última exhumada, dejando a “la luna del armario” como último elemento poético ¡Pero hete ahí que la fotografía sí contiene texto, en la propia foto! Es el nombre de un pub que puede leerse en un cartel que emerge de la fachada del establecimiento, dibujado a mano, con la ilustración de un hombre portador de una guadaña mortal. Así, el verso exhumado en la p. 158 “al descubrir aquella foto” hace referencia a mi propio descubrimiento en la p. 592. El texto del cartel deviene así el último verso: world’s end.

El pub, que todavía existe, es THE WORLD’S END DISTIELLERY, ubicado en el 459 de King’s Road de Londres. Y en virtud de estos hechos (que alguien podría catalogar de portentosos, casuales o quizás de casualmente no azarosos) es precisamente de la página 459 de la que obtendré el título del poema, que hace referencia a la danza, como si una coreografía de falsas casualidades se dispusiera a representar el baile de esta memorable Larva:


Gisèle embriagada en bragas.


Esos claros ojos de acero

una gran francachela de lenguas:

rien de rien.

No le des más vueltas

ante el sillón de orejas

de la almohada.

La droga más poderosa

se llama escribir con propiedad

mutando mi nombre

todos los nombres.

Yo, tu noche

de la almohada,

un placer morboso

al descubrir aquella foto

en la luna del armario:

world’s end.