Exhumación poética de «El mal de Portnoy» (Philip Roth)

Gabinete de labios periféricos

En resumidas cuentas, escribí sobre la parte antisocial
que anida en casi todo el mundo y a la que cada uno
se enfrenta con distintos grados de éxito.

Philip Roth

 

El mal de Portnoy se publicó en 1969 y es la cuarta novela de Philip Roth (publicó 31 a lo largo de su fértil existencia). Esta novela le proporcionó una gran visibilidad como autor, ya que su éxito fue ciertamente polémico por su contenido y el lenguaje utilizado. La edición de mi gabinete, junto a otras obras del autor, cuenta con la traducción de Ramón Buenaventura.

El autor utiliza un recurso narrativo original: la “transcripción” de lo que el protagonista (Alexander Portnoy) explica en un largo monólogo ante su psicoterapeuta, el Dr. Spielvogel. Un recurso inteligente que permitió, según las propias palabras de Roth, utilizar un lenguaje que en otro contexto se hubiera considerado directamente pornográfico y absolutamente inapropiado. Ya se sabe, el analista no juzga y el paciente debe ser libre en su expresión, lejos de cortapisas y prejuicios.

Así, nos hallamos ante el discurso unidireccional de un hombre de 33 años, judío estadounidense, criado en una familia que, utilizando lenguaje freudiano, es absolutamente castradora. El relato es hilarante a menudo y hace mucho énfasis en una de las características definitorias de la cultura judeocristiana: el sentimiento de culpabilidad. En la primera página de la novela se resume el mal que atenaza a Alexander Portnoy: “Trastorno en que los impulsos altruistas y morales se experimentan con mucha intensidad, pero se hallan en perpetua guerra con el deseo sexual más extremado y, en ocasiones, perverso”.

¿Cómo ser hijo de una familia judía en América, cómo relacionarse con el mundo contraponiendo los deseos y el tabú de una educación mojigata y puritana? En esa encrucijada se mueve Portnoy y es en su discurso donde reconocemos las contradicciones que empaquetan la mal llamada cultura occidental. Muchos se hacen la pregunta de si en la actualidad (políticamente correcta, autocensurada y víctima de otras imbecilidades que coartan la libertad creativa y el libre pensamiento) alguien hubiera tenido agallas para publicar algo parecido.

Hemos comentado que el protagonista tiene 33 años. La numerología es rica en cuanto a esta cifra (la edad en que fallecieron Jesucristo o Alejandro Magno, el máximo rango masón o el famoso cuadro de Jackson Pollock, entre muchos otros ejemplos). Razón suficiente para emplearlo en la exhumación poética de la obra que nos ocupa. Así, desde la página 7 (inicio de la novela) iré sumando 33. De cada una de las páginas (7, 40, 73…) tomaré un verso para componer el poema.

En esta exhumación he cometido un quebrantamiento de la norma que me autoimpongo. Ya se sabe que las leyes están para saltárselas cuando es necesario y, dado el carácter rompedor e iconoclasta de El mal de Portnoy, qué mejor momento para hacerlo que aquí. Me explico: el último verso correspondería exhumarlo de la página 304, pero como la novela finaliza en la 301, he decidido obtenerlo de esta. ¿Peccata minuta? ¿Anatema? …me remito a los dos últimos versos del poema exhumado, que he titulado como el protagonista de la obra.

Alexander Portnoy

Deseo sexual más extremado
entonces y ahora
con semejante furia
corriendo al cuarto de baño.

Cubriéndome la minga
espermatozoides vivos en grandes cantidades
en un descapotable
parecen constituir mi destino esencial.

Sintiéndome maravillosamente,
¡que le den por el culo a la sociedad!