Leo Perutz parece el resultado de un desliz entre Agatha Christie y Franz Kafka
Friedrich Torberg
Puede parecer una licencia fantástica, pero no miento cuando digo que conocí la obra de Perutz en una sesión de bibliomancia celebrada por el heterodoxo artista multidisciplinar Roger Peláez. Fue él quien me prestó el ejemplar de El caballero sueco que había utilizado en el ritual adivinatorio y predijo con acierto que yo sería un fanático seguidor de Perutz. Así, la edición de El maestro del juicio final de mi gabinete (con traducción de Jordi Ibáñez) comparte acomodo con otras obras del autor centroeuropeo.
Supe después que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares decidieron incluir El maestro del juicio final en la prestigiosa colección de novela policíaca que crearon en 1945, El Séptimo Círculo, pese a no cumplir estrictamente con los criterios requeridos para ello. La calidad siempre merece la excepción. Otro dato adicional: la obra de Perutz fue admirada de manera ferviente por, entre otros, Graham Green, Adorno, Italo Calvino, Ian Fleming o Alfred Hitchcock.
De origen sefardí (en su despacho había un documento enmarcado que demostraba el origen toledano de su linaje), Leo Perutz (1882-1957) procedía de una familia acomodada. Pese a carecer de título universitario, ejerció la matemática aplicada, especialmente como estadístico y durante unos años, sin saberlo ambos, trabajó en la misma compañía aseguradora en que lo hacía su contemporáneo Franz Kafka. Fue un autor de éxito, especialmente en el período 1918-1928. Su biografía está marcada por el éxodo judío (Praga, Viena, Italia, Palestina, Tel Aviv…); pero, pese a su interés, no podemos ser lo prolijos que merecería la vida del autor.
El maestro del juicio final es una obra de intriga que responde al modelo de habitación cerrada donde ocurre un suceso. Desde la primera página nos atenaza el misterio. Las pesquisas aúnan un ritmo de intriga constante y ascendente, en el que se mezclan recursos literarios que van de lo esotérico a lo fantástico, pero sin perder verosimilitud en ningún momento. Imposible explicar el argumento sin que se vea salpicado de spoilers. Sólo decir que Perutz retrata la Viena del otoño de 1909 con precisión y que la descripción de los escenarios es extraordinaria, casi tanto como el final de la novela.
Para exhumar el poema, utilizaré el número 27, que corresponde al ordinal que ocupó El maestro del juicio final en la mencionada colección argentina El Séptimo Círculo. Al sumar sus cifras obtenemos 9. Así, de la página 7 (inicio de la novela) y de las siguientes obtenidas sumando 9 (7, 16, 25… 223) compongo el siguiente poema que he titulado como esta genial obra de Leo Perutz.
El Maestro del Juicio Final
En mi memoria
llamaban a la puerta.
Se hizo un silencio de muerte
de angustia.
Me senté en silencio
mortalmente cansado.
Con las manos quemadas
ocultaba mi infinito asombro,
me taladraba la cabeza
un poco fría.
Todo está ya preparado:
gotas de morfina
coñac
árboles genealógicos
un carrito de mano
libros
para ver más de cerca
al Maestro del Juicio Final.
Finalmente llegamos
con mucho retraso:
la casa del sefardí.
En medio de la oscuridad
vi a un monje subido a un andamio
las manos escondidas
en la alforja de su montura.