Exhumación poética de “Catedral” (Raymond Carver)

Gabinete de labios periféricos



En realidad, siempre me ha parecido, y lo sigo afirmando, 
que la poesía en su efecto y en la manera en que se compone, 
se encuentra más cerca de un relato que el relato de una novela.

Raymond Carver


Roberto Bolaño dijo que Raymond Carver, junto con Chéjov, era el mejor escritor de relatos del siglo XX. No voy a contradecir a Bolaño, aunque ampliaría la lista de autores que han dotado a este género literario de prestigio indiscutible. Todavía hoy hay quien denuesta y menoscaba al relato por considerarlo un “género menor”, pero no estamos aquí para hablar de los lerdos y de sus ocurrencias, sino para exhumar un poema de Catedral (con traducción de Benito Gómez Ibáñez), tal vez la obra más representativa del también poeta Raymond Carver (1939-1988).

La crítica sitúa a Carver en el movimiento literario norteamericano que se etiquetó como “Realismo Sucio” (entre sus principales representantes iniciales hallamos también a Charles Bukowski, Richard Ford o John Fante). Herederos del minimalismo de Hemingway, estos escritores se caracterizan por la utilización de la frase corta, la parquedad en la adjetivación y en mostrar la vida de personajes que, puestos a etiquetar, podríamos denominar “antihéroes”. Vidas cotidianas de seres anónimos, perdidos en una sociedad poco dada a las recompensas. En este sentido, un buen resumen sería la frase de Bukowsky “Los perros tienen pulgas, los hombres tienen problemas”.

Lo que destaca de Carver es su maestría en presentarnos situaciones que pese a su normalidad prosaica, tienden a crear un ambiente tenso y oculto, como si algo agazapado no acabara de salir a la superficie. Vidas de las que nos es dado ver detalles de superficie, pero que, como el famoso iceberg, esconden por elisión lo más fundamental. El alcoholismo (enfermedad que persiguió a Carver a lo largo de casi toda su vida) está presente en muchos de sus relatos, desesperanzados y a la vez dotados de una potencia literaria monumental. Los finales de sus narraciones se parecen mucho a la perfección sin paliativos.

Después de su muerte se supo de la intervención de Gordon Lish, su primer editor, en la obra inicial de Carver. Hay pruebas de que se dedicó a “purgar” sin contemplaciones los relatos para dar más énfasis a la brevedad y la esencialidad de los mismos. Incluso se ha editado la versión de los relatos en la versión original de Carver. No podemos aquí abundar en ello. Sólo decir que en Catedral ya no está presente la mano cercenadora de Lish y que el genio de Carver sobrevuela la polémica con genial indiferencia, con la misma sencillez con la que supo narrar las tensiones ocultas y la profundidad emocional de sus personajes inolvidables.

Dado que los finales de los cuentos de Carver tienen tanta potencia y son tan característicos de su obra, decido exhumar el poema de la última página de cada uno de los 12 relatos que conforman Catedral por el orden que determinó el autor. El titulo del poema, antes de proceder a exhumar los versos, lo elijo de la página 12 del volumen.


Campamento de vagabundos

Mientras nos alejábamos
no dijo nada más.

Bajó la cabeza
se recostó
hasta que el amanecer
no podía soportar más aquella noche.

Los rayos del sol.

Los buenos propósitos.

El tren arrancó.

Era algo del pasado,
algo que debía hacer.