Javier Pérez Andújar (Sant Adrià de Besòs, 1965) es escritor. Licenciado en Filología Hispánica, es autor de diversos libros y ha sido colaborador como articulista en diferentes medios de comunicación; lo ha sido en El País y lo es para El Periódico y para la cadena Ser, donde colabora semanalmente con “Universo Andújar” (dentro del programa A VIVIR dirigido por Javier del Pino). Ha participado también en televisión como comentarista de libros (Saló de Lectura para Betevé y en L’Hora del Lector para Televisió de Catalunya). El autor ha colaborado también en revistas o fanzines como El butano popular y Mondo Brutto y ha sido redactor jefe de la revista Taifa. De entre sus libros, de amplia difusión y buena crítica, cabe mencionar: Catalanes todos. Las 15 visitas de Franco a Cataluña (La Tempestad, 2002), reeditado por Tusquets en 2014, y bajo cuyo sello se han editado también: Los príncipes valientes (2007), Todo lo que se llevó el diablo (2010), Paseos con mi madre (2011) y Diccionario enciclopédico de la vieja escuela (2016). Es autor también de monografías dedicadas a artistas como Rolling Stones (por Salvat en 1990), Dalí (por Algaba en 2003) y al fotógrafo Joan Guerrero (por Ariel en 2014), entre otros, y ha editado, seleccionado y prologado las antologías de cuentos de terror y fantásticos Vosotros los que leéis aún estáis entre los vivos y La vida no vale nada (Círculo de Lectores, 2005 y 2008). En 2014 recibió el Premio Ciutat de Barcelona de Medios de Comunicación y en 2016 escribió y pronunció el pregón de las Festes de la Mercè, que colmó de júbilo a propios y extraños. Ese mismo año recibió también el Premio Christa Leem (Un dels Nostres). Gregorio Morán sintetizó obra y autor con estas palabras en 2016: «Guste o no guste a los supremos rectores de suplementos literarios, les garantizaría el orgullo de que cuando todos nosotros apenas seamos nada, Javier Pérez Andújar habrá quedado como aquel de Sant Adrià de Besòs que los barrió a todos; no a escobazos, como haría yo, sino con una sonrisa y una mirada plácida que neutraliza la maldad de este gremio literario, tan dado a personajes sensibles y escritores canallas.»
P.: ¿Cómo empezó todo? ¿Leyendo acaso a Jack London? ¿La Universidad y quizás algún profesor te animó a escribir?
R.: No lo sé. Por supuesto, Jack London está. Entonces se leía mucho a Jack London, pero sobre todo porque lo editaban en colecciones de bolsillo, en Bruguera Libro Amigo, en Alianza Editorial, y era lo que leíamos: eran baratas y estaban en todas partes. Era inevitable leer a London. Entonces, el London con el que me tropecé era el más socialista. Había en Río Nuevo un par de libros; uno era Con usted por la revolución, y otro que se llamaba Tiempos malditos. Comencé con la revolución. Luego estaba el London marino que me gustaba mucho; sin embargo, el aventurero, el de las nieves del Yukón, el de Alaska y tal, ése lo leí muy poco; pero sí que London era un motor para leer. No sé lo que te lleva escribir. Todo eran motores para leer. Acabas escribiendo, pero no sé decir por qué.
A la Universidad iba a aprobar las asignaturas. Trabajaba, me matriculaba un año de tres asignaturas, otro año de dos… Sí que tengo un recuerdo grato de algunos profesores, de Luis Izquierdo, mucho; pero era otra manera, te influían porque te hacían pensar sobre lo que leías; pero vamos, las ganas de escribir, la inquietud literaria, pues no se la iban enseñando a nadie. O escribía o no escribía y ya está.
P.: ¿Intentamos hacer una cronología? ¿Has hecho recuento de cuántos artículos has llegado a escribir? Creo que saldría una suma ingente…
R.: Lo de Taifa, como redactor jefe de la revista, empezó en 1995, más o menos. Hubo una Taifa antes: Batlló, que tenía la librería y era el impulsor de la revista, en los años ochenta había sacado una edición con unos cuantos números pero lo dejó y en los noventa nos hicimos amigos, me propuso volver a empezar y sacamos unos cinco números. Batlló era extraordinario.
En Mondo Brutto hice sólo dos o tres colaboraciones; quizá fue a principios de los 2000. Soy amigo personal de ellos y a veces me pedían alguna colaboración y por amistad les decía que sí, pero yo soy muy vago. A mí de Mondo Brutto lo que me gustaba era leerlo, si lo escribía yo no tenía sentido porque lo que hacía era para que lo leyeran los demás.
Saló de Lectura (2001-2005): Entré en el programa en 2002 porque fue a raíz del libro Catalanes todos. Las 15 visitas de Franco a Cataluña.
L’Hora del Lector (2007-2011): Estuve dos años, los dos primeros; me fui antes de que acabara.
El butano popular (2010-2013): El butano duró mucho, casi cinco años. Yo estuve solamente un curso entero (de septiembre a julio) en que sí colaboré mucho.
Culturas. La Vanguardia: Fue en una sección en que escogían un colaborador, le encargaban doce artículos y estaba doce semanas publicando en el suplemento. A mí me encargaron eso, doce semanas.
Los Blogs Lady Filstrup y 13 Millones de Naves: Sí, Lady Filstrup era nuestro blog; lo hacíamos Juan Carlos Alquézar y yo, los dos juntos, mano a mano. Para 13 Millones de Naves les hice dos artículos.
El País (2003-2016): Estuve unos 14 años, sí, un montón de artículos…
P.: Para El País escribiste crónicas sobre personajes y artistas, sobre política y pujolismo. De esta última era tu sección “Crónicas parlamentarias (2014-2016) —unos 69 artículos, contados grosso modo—. El primero, titulado “El poder eterno”, fue coincidente con la creación en el Parlament de Catalunya de la “Comissió d’investigació sobre el frau i l’evasió fiscals i les pràctiques de corrupció política”. También recuerdo muy bien el artículo a raíz del atentado en París en enero de 2015 contra la revista satírica Charlie Hebdo, “Los malos no ríen”; tan frágil, tan bonito… ¿Qué pasó con la sección “Paté de campaña”? ¿Por qué finalizó tan bruscamente tu larga colaboración en El País? ¿Los efectos de la crisis?
R.: La sección “Paté de campaña” no era mía; se hacía cada vez que había campaña electoral y salíamos todos a cubrirlas. A la sección le puso nombre, creo, Quico Valls. Todos formábamos parte del Paté, aunque la mayoría los hacía Fancelli. Mi colaboración con El País se acabó después del pregón. ¿Que si tiene que ver? De forma indirecta sí tiene que ver, porque los de El Periódico de Catalunya me llamaron a raíz del pregón; me imagino, ¿no?
P.: Tu trayectoria como articulista sigue, pues, con El Periódico. Menciono aquí tu primer artículo, “Hacer gimnasia es de pobres”, que desde noviembre de 2016 ha seguido funcionando ininterrumpidamente hasta la fecha. Un año más tarde, desde septiembre de 2017 y para la Ser “Javier Pérez Andújar intenta condensar en un par de minutos las pequeñas grandes historias de su día a día”… ¿Trabajar para los medios de comunicación influye en publicitar al autor y su obra? Quisiera preguntarte, yendo un poco atrás en el tiempo, si tus dos momentos en televisión ayudaron a proyectar tu obra…
R.: No tiene nada que ver. Yo lo hacía al revés, mientras estaba en la televisión no publicaba, no escribía y, de hecho, me iba de la tele para poder escribir y publicar. No quería que se mezclara una cosa con la otra precisamente.
P.: ¿Qué fue lo mejor de cada una de esas experiencias? ¿Se puede condensar?
R.: No se puede condensar porque es todo lo contrario, es una dispersión absoluta. Y entonces lo que sucede es como si me disolviera en mil cosas que me gustan y que intento hacer, sobre todo en el articulismo; lo de la radio y lo de la televisión es más casual, no lo busco y a veces es difícil pero es bonito probarlo; pero yo como más a gusto me encuentro es escribiendo. Y luego los artículos… Pues sí que es verdad que hay artículos de diferentes ámbitos, pero también lo que intento es lo mismo en todos los ámbitos: es convertir todo lo que me interesa en literatura. La política me gusta por lo que tiene de literaria, no por la política en sí. Lo que tiene de literaria la política son las pasiones humanas y la ofuscación, la presencia del poder, son muy literarias las dos cosas. Y la crónica callejera la escribía porque la calle es también muy literaria. En realidad todos los artículos son fracasos de libros. A mí me gustaría estar escribiendo libros, pero primero tengo que ganarme la vida de alguna manera y segundo, no sé si a veces me llega el resuello y voy desangrándome por artículos.
P.: Las crónicas parlamentarias fueron algo excepcional ¿Te inspiraste en algún cronista? ¿Seguiste la tradición o te planteaste algo nuevo?
R.: Mi modelo fue Víctor Márquez Reviriego. Era el cronista parlamentario de la revista Triunfo y estuvo cubriendo la vida del Congreso, día a día, desde que se abrió en el año 1976 hasta el 23-F. Su última crónica parlamentaria es la del golpe y él está haciendo la crónica parlamentaria del primer gobierno democrático, de cómo se gesta la Constitución… Todo esto está en sus crónicas que luego salieron en libro y están todas en la revista. A mí me encantaba cómo escribía, o cómo escribe, mejor dicho, porque aún vive. Siempre he comprado revistas de segunda mano y cuando compraba “triunfos” me leía su crónica y luego busqué sus libros. Y en realidad cuando pedí a El País de Catalunya hacer crónica parlamentaria era porque quería emular a Víctor Márquez Reviriego y cuando me dijeron que sí, conseguí su teléfono y fui a Madrid a verle y decirle que iba a hacer eso. Me recibió muy bien. Me hizo una visita guiada por el Congreso y me explicó cómo hacía él las crónicas. Le pedí el secreto del fuego y la verdad es que necesitaría volver a intentarlo. No las podía convertir en literatura, se iba la política por todos los lados….
P.: Imagino que lo más extraordinario, por diferente o por novedoso, fue entrar en el Parlament con credencial de periodista para ver y escuchar en directo y luego gacetillearlo. ¿Qué ambiente había en la zona de público asistente, era burladero o palco?
R.: Era gracioso. Lo que más me sorprendió en el Parlament era lo entregada que estaba la mayoría de la prensa al poder. Hasta le aplaudían los discursos. Me quedé alucinado. Le cantaban los himnos nacionales y se ponían en pie ¿Cuándo un periodista se pone en pie a cantar un himno nacional?
P.: ¿Tienes un decálogo de temas para desarrollar en una y otra actividad, como columnista y como escritor? Los pobres, por ejemplo, ha sido un recurso o metáfora muy utilizado por tu parte por el que se te ha identificado plenamente, tanto ideológica como estilísticamente.
R.: No es político; en mi caso lo de los pobres, es cristiano. Son los pobres de Cristo.
P.: ¿Cómo lo llamaríamos?
R.: Eso lo tienes que juzgar tú o el lector si es una metáfora, un recurso, una muletilla, un tic…
P.: ¿Pero es un espacio literario?
R.: Procuro que no me invada. A veces temo que puedo abusar de la imagen, pero por otro lado me gusta porque me lleva al principio de todo, justo antes de escribir, cuando nos explicaban las cosas de Cristo y salían los pobres.
P.: Cuando te invaden, pues, lo conviertes en materia artística… Como recordando los versos de Celaya…
R.: Pero es que yo de los pobres me acuerdo de dos maneras. Mira, a ver cómo te lo diría. Mi familia era pobre…
P.: Pero tú coges los pobres como sujeto y transformas el ser pobre en poesía, le das una estética personal. “Poesía para el pobre, poesía necesaria como el pan de cada día, como el aire que exigimos…” ¿La poesía es un arma cargada futuro?
R.: Sí, puede que sí. La verdad es que como estoy hablando conmigo cuando escribo me estoy acordando de cosas y me las repito y me las recuerdo. Todo mi mundo… En mi familia había gente menos pobre y más pobre y lo recuerdo, y también recuerdo a la gente pasando calamidades. Los romances que me contaban eran sobre los pobres que llamaban a la puerta. El cine que yo veía en la tele, que entonces era más combativa, era el neorrealismo italiano. Todo mi imaginario estaba lleno de pobres. La presencia del cristianismo lo tengo en mi entorno, en mi educación. Siempre salían los pobres: “bienaventurados los pobres”, “los pobres de espíritu”….Y luego yo, de pequeño, sentía una fascinación tremenda por los vagabundos, que muchas veces los confundimos con los pobres. Me gustaba la estética de no tener nada. Era una especie de libertad por marginación o por exclusión. Los pobres es la libertad del pobre. Si eres rico puedes ser libre de todas las maneras, pero si eres pobre libre sigues siendo pobre.
P.: Tus subordinadas, estilísticamente, son un gozo para los oídos…
R.: El fraseo ese largo es por influencia de Umbral y por aprendizaje, porque de Umbral me di cuenta cómo lo explicaba él y me di cuenta que había que ir a buscarlo en Proust que es de donde lo había traído él. Me gustaba ese estilo gran burgués para ver cosas que no eran burguesas, y no era por vacilar. Y segundo, como mi castellano no daba de sí, me gustaba estirarlo hasta el final.
P.: Ese esquema discursivo, intrincado, permite ir de un lado a otro sin necesidad de posicionarse drásticamente. ¿El truco es mandar mensajes al aire para amainar tormentas? Puede que cargues una frase y luego la deshagas…
R.: Sí, porque me paso el día elucubrando, divago. No soy capaz tener una idea y si la tengo me canso de ella enseguida y sí, el fraseo largo me sirve para ir hilvanando frases. Escribir es como soñar, es ir asociando imágenes. Del conjunto de imágenes igual en el fondo hay algo que encontrar. Pretendo que sean auténticas, que salgan de mí esas imágenes; al menos que de esa nada, lo que salga sea mi nada.
P.: Y con relación a tus libros, ¿qué crees que te falta por narrar extensamente? ¿Existe en cada uno una finalidad?: Franquismo en Catalanes todos. Las 15 visitas de Franco a Cataluña, infancia en Los príncipes valientes, la segunda República en Todo lo que se llevó el diablo, emigración en Paseos con mi madre, ensayo testimonial en Diccionario enciclopédico de la vieja escuela…
R.: Del franquismo hablo siempre, es como los pobres. Los príncipes valientes es franquismo puro y duro. Es mi pasado franquista; si sale gente en la cárcel y todo: en la televisión todo es franquista, la vida es franquista… Paseos con mi madre es la segunda parte de Los príncipes valientes que en realidad secretamente la titulaba “Los príncipes oscuros” porque es la misma historia diez años después. Los príncipes es la infancia en ese sitio, en esas circunstancias y Paseos es la juventud en ese sitio y en esas circunstancias. Es el lado negro de Los príncipes valientes, pero es la misma historia. Ahora me apetecería escribir novelas para distraer a la gente, de evasión.
P.: Con respecto a Catalanes todos, ¿había necesidad de reeditar el libro sobre el dictador? ¿Qué debemos hacer con el Valle de los Caídos? ¿Los símbolos hay que destruirlos con otros símbolos ¿Destruirlo no sería otra forma de crear más símbolos? ¿No sería mejor fortalecer la interpretación educacional de los mismos?
R.: Reeditarlo me lo sugirió la editorial porque el libro estaba libre de derechos y lo quería recuperar y como había empezado el “procés” era un libro provocador. Me parecía bien reeditarlo porque siempre es cobrar algo. Lo reescribí para no vender dos veces la misma moto. Y esa era la necesidad que había, tocar las pelotas otra vez; y con más éxito. El Valle de los Caídos… Lo dejaría dónde está. Yo creo que lo que merece una reforma son los libros de texto o la educación, pero las cosas hay que explicarlas, no eliminarlas; eliminarlas es un dinero y un gasto, y desaparece y nunca más se supo pero me parece que es un poco utópico no querer asumir o quitar la ocasión de explicar lo que ha pasado. La verdad es que yo no quitaría casi nada, en general, de ninguna parte. Yo creo más en el conocimiento y en el juicio particular de cada persona que en eliminar los elementos a enjuiciar.
P.: Como lectora, siempre te he visto como en una especie de secuencia. Te encuentro dentro de Juan José Millás y ahora que he leído lo último de Manuel Vilas, te reencuentro allí también.
R.: No sé en lo que nos parecemos. Supongo que los tres nos parecemos en que vivimos en el mismo sitio y en la misma época y es fácil compactar las mismas cosas. Escribimos en el mismo idioma, vivimos en el mismo país y en el mismo año.
P.: Tienes un montón de amigos artistas, desde músicos a dibujantes, cuyo trabajo respetas y admiras. ¿Te hubiera gustado ser músico o dibujante de cómics? ¿Qué falló para conseguirlo? ¿Crees que el arte, como la historia, sigue siendo clasista?
R.: No, no lo podía hacer pero por falta de talento. Yo me compré una guitarra y tenía lápiz, claro que sí [risas]. Pero me tuve que resignar y me puse a escribir. Un escritor, en mi caso, es un inútil que no puede hacer nada y se conforma con contar lo que ha visto. Es por eliminación, te van echando y uno se queda de donde no le echan. Claro que me hubiese encantado tocar bien la guitarra o dibujar, pero lo más pesado de todo es escribir. Es mucho más divertido tocar la guitarra y dibujar, escribir es una pesadez [risas].
P.: La crispación, los prejuicios, la polarización… ¿favorecen a la corrupción del arte, a su alteración, a que resulte completamente rancio y hasta cursi?
R.: El arte ya no existe. Nosotros, el público, sólo leemos o escuchamos o miramos lo que habla de nosotros y de lo que nos interesa, pero el arte por sí solo ya no nos interesa si no habla de nosotros. Interesa si habla de lo tuyo, de ti, de tu país… Ahora mismo un libro como “Cien años de soledad” no sería un éxito de ventas masivas. ¿Por qué? No hay ningún libro que sea éxito de ventas masivas. Son pequeños éxitos de ventas en mercados muy concretos. Ahora se ha perdido ese sentimiento general universal en que todo el mundo comparte la misma inquietud. Todo el mundo se mira el ombligo y los mercados van dedicados a tu ombligo. Sobre los artistas plásticos, pues cada cual está atrapado en su propia contradicción. Los artistas plásticos tienen un problema y es que las artes plásticas se han quedado obsoletas porque el fin que tenían ha dejado de servir. Cuando un artista pintaba una escena bíblica o mitológica estaba explicándole algo a mucha gente que iba a ver cómo era, pero hoy eso puedes verlo en cualquier sitio. Ahora no hace falta que te lo explique nadie. ¿Qué sentido tiene pintar un rey si cada día encuentras fotos de él en todos los periódicos? Su función se ha quedado desarticulada. Y así está el arte en todas partes. Se ha quedado desarticulado. Los más valientes están intentando encontrar algo; algunos se juegan la vida, son los que hacen happening, se meten en situación de conflicto, se hacen daño; como no tienen nada que hacer, se juegan el pellejo y a eso lo llaman arte.
P.: ¿Sería un ejemplo Pilar Albarracín?
R.: Pilar Albarracín, sí, la sevillana; es graciosa. Hay una guatemalteca que es más bestia, que de verdad se mete en problemas, Regina José Galindo; ésa sí se complica la vida. Es la única salida que les queda ya porque es una huida hacia adelante y al final lo que hay es el precipicio y a algunos están saltando a ver lo que habrá debajo.
P.: ¿Cuáles son tus referentes? ¿De dónde aprender? ¿Dónde divertirse? Libros, cómics, música, cine, series… ¿Cuáles son tus favoritos? Creo que tienes predilección por géneros; en todo caso, pienso que esa predilección lo es por los autores que permanecen escondidos a la sombra de su obra. Quizás la ciencia ficción es un buen ejemplo de ello…. ¿Philip K. Dick? Háblanos de mitos y fetiches…
R.: De series creo que sólo me han gustado The Wire y Breaking Bad. Veo las series, capítulos sueltos, por distraerme; no las seguí antes ni ahora. Me da lo mismo el género que sea, policíaca, ciencia-ficción, de época…. Si son entretenidas y tienen diálogos inteligentes y pasan cosas divertidas, pues las veo. No soy mitómano, pero hay cosas que me gustan. Por ejemplo sí, Philip K. Dick me ha gustado mucho, pero también me ha gustado Antonio Machado, me encanta. Cada uno de ellos me arranca la cabeza y dejo que me la pongan en otro sitio que seguro será mejor que donde la tengo, me dejo llevar… Las cosas que me gustan, pues Pasolini también, por ejemplo, o los tebeos viejos de Bruguera, me encantan.
P.: Tu obra contiene todos tus referentes: de Tintín a Rompetechos, de Eduardo Mendoza a Chiquito de la Calzada, lugares y ciudades, barrios enteros a través de sus zapateros, sus churrerías, sus quioscos (los más, cerrados ya); Popeye el marino no lo recuerdo entre ellos, ¿no te gustaban las espinacas de pequeño?
R.: Me encantaba Popeye, igual no lo he citado pero los dibujos de Popeye me encantaban. Ahora cumple noventa años. Claro que me gustaba Popeye, las espinacas no, pero Popeye sí; me encantaba.
P.: ¿Nuevo libro para cuándo?
R.: Hasta marzo no sale. Una novela, de ciencia ficción, que saldrá en Anagrama, que se titula La noche fenomenal.
P.: ¿Nos dejamos algo importante para ti y que podamos añadir?
R.: Podemos hablar de las referencias… Eso muy difícil. Es muy difícil decir a la primera lo que más te gusta porque lo llevas tan dentro que no te acuerdas. Siempre te acuerdas de lo más superficial, lo que tienes en la cabeza en ese momento, pero que solo es en ese momento; pero Machado sí que es importante. ¿Qué más me gusta? A Tintín le tengo mucho cariño. Lo que me gusta es que me hagan comprender las cosas para pensar en ellas con la sensación de que las comprendo o al menos para comprenderlas para mí, aunque esté equivocado; pero me sirven para darle una coherencia a lo que pienso. Me dan claves metafóricas y culturales para interpretar. Y Astérix. De Astérix incluso traduje uno, ¡El cielo se nos cae encima! Y lo leía mucho, sobre todo en la época que dejé de leer Tintín; sin embargo soy muy fan de Goscinny, el guionista.
P.: Ahora recuerdo que cuando revisé algunas referencias en el Diccionario enciclopédico de la vieja escuela, me encontré con un artículo que no recordaba y que era sobre Mary Poppins…
R.: Sí, eso es de La Vanguardia. Es que Pamela Travers era de la secta de Gurdjieff… En el final del libro Mary Poppins, lo que es la cadena mística, que pasas de animal… Sabes que en el libro se van a liberar los animales del zoo y…
P.: Quizás sí, que siempre has estado en la ciencia-ficción…
R.: Quizás ahora me tocaba evadirme. Me lo he pasado muy bien leyendo ciencia-ficción y me lo quería pasar bien escribiéndola. Igual me sirve también para crear un mundo inexistente semejante al mundo en el que vivo y que también es inexistente. Y me siento muy identificado con ese mundo…
(Fotografía de Laura Lb)