En defensa (tímida) del hombre común

Isla Naufragio

 

Alegato

“Los hombres hablan con las mujeres para poder acostarse con ellas y las mujeres se acuestan con los hombres para poder hablar con ellos”, escribió Jay Mclnerney, de lo que se deduce, como alguien también dijo, que “el sexo es una forma de comunicación”. Escribir unas palabras entre comillas puede parecer que le dan un marchamo de importancia y sabiduría y no siempre es así. Dios acostumbra a dejar pasar muchas cosas, también estas, en las que alguien, cualquiera, se atreve a pontificar sobre todo tipo de materias y ponerlo por escrito.

Nosotros vamos a ver si podemos defender con palabras al hombre común, al normal, al de la calle; estudios, los justos; dinero para el mes, suficiente, rogando que no se le estropee la lavadora; ganas de vivir, las necesarias para no hundirse más en el hoyo. Una noria dando vueltas es su vida, la satisfacción justa de sus necesidades si es que puede seguir en lo suyo, que es lo único que sabe hacer.

Lo suyo. Esto es importante. Cuando pierde el trabajo y está en el paro más tiempo del razonable se justifica porque no encuentra trabajo en lo suyo, dice, como si lo suyo fuera médico especialista, ingeniero nuclear o notario del reino. En fin. Al final el hambre, el desamparo y la familia que protesta le llevará a aceptar lo que sea, y este lo que sea lo honra aunque sea a pesar suyo.

Muchas mujeres se quejan de las actitudes y comportamientos que muchos hombres tienen y que les afecta negativamente a sus vidas. Y seguramente tienen razón. Y le ponen ganas para que el hombre cambie, cada una a su manera, caricias o malos modos, todo sirve, y no, no, no es posible, ¿no se dan cuenta de que el hombre no cambia?, ¿y de que hay que tener mucha suerte para encontrarlo ya cambiado?

El hombre común trata de parecer apto para la vida en familia pero los resabios le pueden. Atrapado en trabajos que no le satisfacen convive con una mujer de la que un día se encandiló más o menos pero ahora ya no lo sabe, o si lo sabe y es que ya no, y soporta a unos hijos desagradecidos que encima contestan mal y a destiempo, porque estos sí que van a lo suyo. ¿Qué puede hacer, piensa él, si no es ir a peor?

Uno de estos hombres comunes me contaba que fue a Ikea y que cuando estaba retirando los bultos que había seleccionado se le acercó una mujer y que, por favor, le pidió si podía bajarle una caja pesada de uno de los estantes. El hombre así lo hizo y la mujer le respondió ¡qué bien va tener un hombre cerca! Y se dio cuenta de que su papel en la vida era ese, de machaca, mozo de cuerda, maletero, abridor de botes de conserva en sus dos modalidades, de hojalata y cristal, peón, obrero, acompañante ocasional, chófer a domicilio, donante esporádico de semen y compañero de fatigas que no de disfrutes. Y esto me lo decía con lágrimas en los ojos: lo que le habían dicho en Ikea era lo más cercano a un elogio que había oído en su vida por parte de una mujer.

Hay un plan grandioso que ya ha condenado al hombre común. Un plan que ya lo ha condenado por anticipado como si toda la culpa fuera suya por no saber adaptarse a vivir en pareja, a renegar de su alma zafia y primitiva. Y no, el hombre común no tiene salidas, no hay soluciones. Su única defensa es que no existen las soluciones y que, desgraciadamente, jamás podrá cambiar. Y por eso, señoría, pido la absolución.

 

Rosendo Masquefa, abogado de oficio (causas perdidas)