El parado de larga duración lo había deseado durante tanto tiempo… Ahora, por fin, se había tropezado con aquel objeto en el mercado de los Encantes de Barcelona.
Primero le llamó la atención su forma sinuosa, de inspiración oriental, y luego su precio, obscenamente barato, incluso para una economía precaria como la suya. Decidió comprarlo y limpiarlo. Falta le hacía a aquel candil inmortalizado en el imaginario colectivo como la lámpara de Aladino. Aunque se trataba de un arrebato infantil y simple, le sirvió para alegrarle la mañana. Pensó ilusionado que la esperanza era lo último que se perdía.
El buen hombre tardó más de dos horas, algodón y limpiador de metales en mano, frota que frotarás. Parecía que algún TOC se hubiera adueñado de su persona. Debía ser la actividad en rebeldía, tras años de obligado descanso, y no paró hasta alcanzar el brillo perfecto. Luego se concentró y frotó de nuevo, pero esta vez usó un pañuelo impoluto, con sus iniciales grabadas: I.C. Una nueva intuición le dictaba los pasos que debía seguir. Estaba seguro de que, por fin, había llegado su momento. Comenzó a soñar despierto desde la máxima concentración: ceño fruncido y párpados fuertemente cerrados. Tanto, que al abrirlos las chiribitas salpicaron al genio de la lámpara. ¡Aquel ser había aparecido ante él como por arte de magia! El parado de larga duración se restregó los ojos para evitar interferencias visuales, pero ¡no se iba! Ahí estaba, en actitud de espera, servicial y flotante como un fantasma.
Inocencio Cárdeno, como así rezaban sus iniciales, no podía creer en su buena suerte. Después de aquellos años de paro forzoso… Hasta una lagrimita rodó por sus mejillas. Cuando el bueno de Inocencio se repuso, a instancias del genio, exclamó:
—¡Quiero un Jaguar!
—¡Deseo concedido, mi amo!
¡Oh, prodigio! Y el Jaguar se materializó.
—¡Está muy cambiado!
—Restyling. Es lo último. ¿No te gusta, amo y señor?
—Sí, sí, chulo es… Pero… se está muy quieto. ¿Nos acecha? ¿No debería rugir?
—En principio, hasta que pulses el contacto, no, amo.
—¡Pues sí que han cambiado las cosas!
—La mecánica avanzada, amo mío.
—¿Mecánica o mecánico?
—Tanto da, mi amo…
—¿Y no le convendría más un veterinario o veterinaria avanzado o avanzada?
—¿Quieres decir? ¿A un Jaguar? ¿Por lo de deportivo, amo y señor?
—¡Aaahhh! Pero… ¿encima es deportivo?
—¡Ese ha sido tu deseo! ¿O no, mi amo? –repuso el genio con preocupación. Se hallaba en período de pruebas.
—Bueno…
Los segundos parecieron quedarse en suspenso, mientras Inocencio Cárdeno meditaba.
—¿Algún problema, mi amo? —el genio, angustiado, interpeló a su amo y comenzó a sudar volutas de plasma.
—No, no, no.
—Si no está convencido le devolvemos su dinero –respondió el genio−. ¡Perdón, perdón! Es que me obligan a hacer pluriempleo cuando acabo la jornada de genio de lámpara, y a veces me lío. Los genios de las lámparas estamos en decadencia… La gente se ha vuelto muy descreída, y ya se sabe, hay que reciclarse…
—No, no, no, no te preocupes, genio, tío, que lo has hecho muy bien.
—Me alegro, amo y señor.
El genio no pudo evitar un gesto de alivio. Bajó la cabeza en señal de respeto o sumisión, que, dadas las circunstancias, venía a ser lo mismo. Si la encuesta de satisfacción no era positiva peligraba su puesto en la lámpara y las alternativas eran poco halagüeñas.
—Mientras ruja…