I
Tengo, bajo la comisura de mi asquerosa boca, dos finísimas membranas que se inflan como esferas perfectas cuando croo. Con ellas pongo sobre aviso de que la omnisciencia no es una ciencia exacta, sino una extraña forma de vida; una supervivencia basada en la indagación sobre la totalidad, el severo escudriñamiento del Ser, a partir de datos sensoriales francamente muy parciales, tomados, cierto es, en la plácida equidistancia de una charca, pero nada pregnantes ni sólidos. No obstante se consiguen a veces hallazgos de cierto mérito, como este: el aislamiento interconectado de la raza humana en el siglo XXI, es un rasgo que les distingue a Vds de mí, pero no lo suficiente como para no ser considerados sapos, en algún momento de sus vidas. Ser omnisciente tiene algunas ventajas, a pesar de todo.
II
En mi ya dilatada carrera de sapo contemplativo he podido observar pacientemente la deflagración de la neurona y de la bomba atómica. El proceso de ruptura del núcleo intelectivo básico del ser humano y el de un átomo de plutonio son casi idénticos: en suma se trata de quebrar el vacío que existe entre el vacío de la atmósfera y el vacío interior de la mónada. Estaríamos hablando de una trinidad de vacíos que, paradójicamente, conforman la estructura de la materia, estructura sin la cual no existiría el tan croado espíritu, y viceversa. ¿O acaso podrían ustedes negarme que la evolución de la especie culmina con la enorme ventaja que poseen para entender las especulaciones metafísicas de un sapo?
III
Volveré muy pronto. Aunque no puedo emigrar a otro charco, si me hundo en el fondo evito que me entiendan cuando les dé la gana. El objeto de estos estudios pan-filosóficos es que comprendan la radical necesidad de preservar las ancas del entendimiento, en ese estado presto siempre a saltar sobre el concepto en el momento en que se está realmente preparado para comprenderlo. Ni antes, ni después. Espero sean comprensivos con mi aparente parsimonia, verán; el concepto no es un aperitivo, algo que degustar con la barragana placidez del que vegeta, cómodo, sobre una flor de loto: se trata de delimitar con exactitud hasta dónde podría llegar la capacidad del hombre para renunciar a todo aquello que lo hace hombre, y no sapo.