Detectives y villanos en escena

Desde detrás de mi estantería

 

A la escena española también llegaron las figuras estereotipadas de los detectives y los delincuentes, tanto las que triunfaron en la escena inglesa como en la francesa. Por lo que respecta al personaje del criminal cruel y violento el que despuntó fue Fantômas, a partir de la saga de novelas publicadas entre 1911 y 1913, creadas por Pierre Souvestre (1874-1914) y Marcel Allain (1885-1969). En el caso del personaje ladrón, la escena española tomó como referencia una creación inglesa de Hornung; se trataba del ladrón de guante blanco Raffles.

Todos ellos alcanzaron mayor popularidad cuando fueron adoptados por el cine, que había tomado como referente la estructura teatral. La nueva técnica relanzó este tipo de creación, y lo devolvió al público, ansioso por ver las aventuras, anteriormente disfrutadas en el teatro, ahora en versión cinematográfica. Con ese sistema se favoreció la penetración de los héroes americanos en la escena española. El más popular durante estos primeros años del siglo fue el detective Nick Carter. Se trataba de un personaje que había nacido en una serie de folletín publicada en 1886 en el New York Weekly dentro de la saga The Mysterious Crime of Madison Square. Este personaje de ficción consiguió tal éxito entre el público americano que pasó de ser una mera tira periodística a una película y, posteriormente, llegó a los escenarios. El ejemplo más relevante lo constituyó el personaje de Rocambole, creado por Ponson du Terrail (1829–1871). Con su enorme éxito en el folletín, realizó el salto a la escena, tanto cinematográfica como, y casi simultáneamente, teatral. Su creciente popularidad hizo que sufriese la transición de delincuente sin escrúpulos a servidor de los valores galos.

Otro gran éxito francés del momento lo constituyó la obra Arsène Lupin, gentleman-cambrioleur (1907) de Maurice Leblanc (1864-1941) del que surgieron otros títulos como: Arsène Lupin déctective, Arsène Lupin contre Sherlock Holmès; Arsène Lupin contre Arsène Lupin; Arsène Lupin est mort novelas que triunfaron, y que sufrieron el mismo proceso que su predecesora.

Por lo que respecta a su estructura y argumento, se adoptó la misma distribución que la de los otros melodramas clásicos; es decir, entre cuatro y cinco actos, que a veces podían ser completados con un prólogo y un epílogo. Se mantuvo el eje clásico de la acción, es decir, la heroína sufría la persecución y el acoso del mal y siempre era salvada, en última instancia, por el héroe. En esta nueva modalidad el personaje masculino recuperaba gran parte del protagonismo que tuvo en su momento y que había perdido en favor del personaje femenino en todos aquellos melodramas evolucionados de los tradicionales de las primeras décadas del siglo XX.

El personaje del villano continuaría con sus fechorías, pero pasarían a ser más violentas y sangrientas, hasta el punto de que el número de los asesinatos que cometiese aumentarían siempre en proporción a sus malvados planes trazados con fines perversos. La personalidad de este antagonista evolucionó hacia una frialdad comparable a la de cualquier personaje psicópata actual, término que acabaría utilizándose en la segunda mitad del siglo XX, pero que en este momento aún no se aplicaba a la conducta asocial del malvado. Su máxima aspiración era atrapar a la dama y usarla como moneda de cambio para conseguir sus fines perversos. Había dos tipos de villanos en estos melodramas: el asesino, que realizaba todos sus movimientos con mucha premeditación y sangre fría; y el otro modelo lo constituye el ladrón, por regla general de guante blanco, y que solía ser un caballero de escasos recursos que guardaba las apariencias sociales bajo el disfraz de personaje acomodado. Algunas veces podía verse obligado a cometer un asesinato, pero sólo lo hacía en situaciones justificadas por su moral. Tanto el asesino como el detective poseían iguales destrezas, sobre todo para el disfraz, aunque con diferentes fines puesto que uno lo usaba para eludir a la ley y el otro para hacerla cumplir.

Estos argumentos truculentos parecían desgajarse de la realidad más cruel transmitida de la prensa diaria. Las comedias policíacas imitaban los éxitos del Boulevard du Crime, nombre que recibió el Boulevard du Temple de París, donde proliferaron estos dramas, mezcolanza entre policíacos y fantásticos. En el caso español el fiel reflejo del actor melodramático lo encarnaba el catalán Lluís Millà, un actor cómico que, en 1908, se hizo muy famoso por su escenificación de Raffles, y en 1909 por sus adaptaciones de Sherlock Holmes. También se adaptaron las historias de Arsène Lupin para la misma escena del Paralelo barcelonés.

Poco a poco los argumentos eran más violentos y lo sangriento y lo sorpresivo atraía, cada vez más, a un público dispar a los teatros, donde se entremezclaban en sus localidades distintas clases sociales que acudían a ver los nuevos espectáculos.

A su vez se introdujo una nueva variedad de espectáculo, atractiva para un público siempre ávido de novedades, se trataba del llamado teatro de sombras. Había llegado a España, desde Italia y Francia, alrededor de 1775. Con este tipo de teatro comenzó la preocupación por las siluetas, que supondría una moda teatral que se implantaría en toda Europa.