En La Charca hay una isla y esa isla se llama Naufragio. Oficialmente Isla Naufragio. La isla es casi inaccesible y sólo al Este una suave playa permite el acceso al interior. A ella acuden los náufragos de todo el planeta a desovar sus frustraciones, angustias y lamentos esperando, ingenuamente, que la forma del huevo transmute la esencia de sus desdichas. Y no. Lo que encuentran es más de lo mismo, levemente matizado por la redondez de la inútil esperanza.
De los huevos eclosionados salen pequeños testimonios que sirven para alertar grandes y personales naufragios. Nada importante, nada imprescindible, nada que ya no sepamos pero que para los infortunados náufragos es parte de su historia y su derrota.
Debido a la íntima naturaleza de estas confesiones confiamos en su escasa difusión. No des voces. No digas nada a nadie. Hay miradas de amor y de desprecio, pero cuando estás hundido no sabes distinguirlas. Mejor no digas nada.
Quédate conmigo corazón, siempre sentirás lo que yo siento, me canta Patricia Monterota, ¡ay, Patricia!, si te besara me enamoraría de ti. Insiste, pero es que no, no hagas caso, sólo es una canción que adelanta promesas traicionadas.
Los náufragos son perdedores, ya lo sabemos, ¿y qué?, perdedores conscientes, ilusionados con lo que han perdido y conscientes de que el futuro no será mejor.
¿Puede haber un delito sin víctimas? El delito se persigue a instancia de las víctimas y por tanto no hay víctimas sin delito. Las víctimas están ahí, y bien que se quejan, y cuando preguntan a los demás todos dicen yo no he sido.
La enorme masa de sufrimiento existe pero no estamos aquí para removerla, nos encontramos cómodos en esa clase de tristeza emparentada con la melancolía que lleva al ensimismamiento.
Algunos náufragos nos pedirán soluciones y las daremos sabiendo de la inutilidad de nuestras respuestas, porque no es ahí donde está la solución, aunque la pregunta y la respuesta hayan sido necesarias.
Los fracasados fracasan, así ha sido siempre, pero no hace falta pregonarlo. Ya lo sabéis. Contamos con vuestra discreción. No nos defraudéis.