Testimonio
Que yo sepa hay dos clases de delincuentes, por cuenta propia y por cuenta ajena. En esto no se diferencian de los demás trabajadores, los empleados de hogar, por ejemplo. Los delincuentes por cuenta propia son como los autónomos, que se buscan la vida como pueden; los delincuentes por cuenta ajena lo hacen de manera solapada, sin acogerse a ningún convenio conocido y por esa razón nos suscitan una serie de preguntas: ¿Cobran por meses o por trabajos?, ¿son fijos, fijos-discontinuos o temporales?, ¿cotizan a la Seguridad Social?, cuando se ponen enfermos ¿van al médico del seguro o a uno privado?, ¿tienen mutua?, ¿tienen vacaciones reglamentarias?, ¿pagan sus impuestos?, ¿se desgravan algo?
Todos somos delincuentes en potencia, ¿quién no ha pensado alguna vez en hacerle daño a algo o a alguien? Pero, gracias a Dios, pensar sólo es pensar, pensar no es escribir, escribir es poner por escrito, dijo Brickman. Y si deduzco bien, en este caso, delinquir es ejecutar el mal que se piensa. «Ejecutar» es la palabra apropiada para estas acciones delincuentes.
En el mundo de la delincuencia existe una figura física y jurídica que hace que no sea necesario llevar a cabo la acción delictiva final, aunque esta acción preventiva sea de por sí un delito: la amenaza. La amenaza tiene que producir más temor que la previsible acción y para eso se necesita que el amenazante sea creíble. Muchas acciones criminales se han tenido que llevar a cabo porque el delincuente no tiene la auctoritas suficiente para que su amenaza sea tomada en consideración. Te voy a hacer tal cosa. ¿Quién?, ¿tú?, ¿tú?
Si en el mundo de los negocios y las grandes corporaciones la cláusula de confidencialidad es exigible en todos los contratos, en el mundo del hampa esta condición es tácita y no es necesario mencionarla, es más, es perseguible de oficio por los que pertenecen a ese mundo, y a quien no observa escrupulosamente esa condición se le designa con epítetos despectivos y desagradables: chivato, soplón, delator, bocazas… siendo motivo justificado para propinarle una tunda de golpes, o quizá algo más sonoro y contundente, bang, bang, o clop, clop, si la pistola lleva silenciador.
A la santidad la acompaña la pureza, pero ¿quién acompaña a la delincuencia?, ¿la aventura? La delincuencia es perseguida por las fuerzas del orden, no porque los delincuentes lleven al desorden sino porque propugnan un orden que no es admitido por la ley aceptada por la mayoría.
¿Hay que colocar el orden por encima de la justicia? De una forma u otra todos conspiramos y las conspiraciones autorizadas tienen cabida dentro del mundo de la política. Por ejemplo, en política y en economía existen los llamados fideicomisos ciegos. Son esos contratos en los que los inversionistas no saben en donde se invierte su dinero para que no sean acusados, debido a su posición, de conflicto de intereses. Pero, como a pesar de lo dicho, los inversionistas sí que saben dónde y cómo se invierte su dinero estos contratos acaban llamándose fideicomisos tuertos.
«Por toda la cristiandad, a ciertas horas estipuladas, gente vestida de negro se humilla ante el altar, donde el sacerdote, de pie, con un librito en una mano y una campanilla o un pulverizador en la otra, les habla mascullando en una lengua que, aun cuando fuera comprensible, carece ya del menor sentido. Los bendice, probablemente. Bendice el país, bendice al gobernante, bendice las armas de fuego y los acorazados y las municiones y las granadas de mano.» Henry Miller. Trópico de Cáncer. ¿De qué habla? ¿De delincuentes? ¿De otra forma de delincuencia? ¿Hay tantas formas? ¿Están sindicados? Por favor, si alguien sabe algo que me lo diga. Yo ya estoy cansado. Cansado se piensa muy mal.
Dámaso Argentier, joyero