Carta a los Reyes Magos

A veces digo cosas

 

Queridos Reyes Magos:

A mí las miserias se me tienen que dar de a poquitos, que tengo el corazón muy sensible y luego todo me afecta. Un mal telediario es capaz de dejarme sin ganas de comer, ni un yogurcito ni nada; se me cierra la boca del estómago y nada, ni el aire pasa. Y claro, con todas las miserias que hay en el mundo me quedaría en los huesos, esquelética, sin fuerzas ni para cuidar de los geranios, que es una planta que casi se cuida sola, de esas de verdad, con tallo gordo y hojas ásperas; un poco como yo, que soy un tronco resistente y un tanto amarga.

Yo siempre he creído que podría vivir de cuidar plantas, se me da genial. Las mimo muchísimo, las riego en su justa medida, las acaricio y las podo. Acariciar las plantas es algo que a mi madre no le gustaba que hiciera; nunca entendió que prefiriese pasar las horas muertas acariciando las plantas antes que a ella misma. Pero debía entender que ya me tuvo de mayor y que para cuando pude elegir, estaba toda arrugada y olía raro, a vieja, a talco… demasiado suave, con la piel finísima, como si se fuera a romper al tocarla. ¡Qué horror! ¿Y si se quebraba? ¿Os imagináis? Piel, sangre, venas… por el suelo. ¡Qué espanto! Por eso prefería encerrarme en la terraza y pasarme las horas acariciando, regando y podando mis plantas.

Nadie me dijo nunca que llegaría un momento en que el mundo se volvería loco. De hecho, nadie me dijo que había un mundo más allá de mi casa y, claro, para cuando lo descubrí ya era un ser extremadamente sensible.

La visión continua de las flores te vuelve un ser de luz. Lo sé. Por eso ahora no puedo ver todas esas imágenes del mundo sin que me entren nauseas.

Y es por eso, también, queridos Reyes Magos, que odio a Papá Noel. Por eso me dan asco las personas y el uso falso/entusiástico/especulativo que hacen de los abetos (abies nordmanniana) y de las euphorbia pulcherrima. Pobre mía, que la llaman flor de Navidad, como si la navidad estuviera antes que ella. Y el enebro y el muérdago. ¡Animales! ¿Qué digo animales? ¡Las personas son peores que los minerales y las piedras!

Yo ya no sé cómo pediros las cosas, Reyes Magos queridos. Hace años que os ruego encarecidamente, una y otra vez, que acabéis con esto, que detengáis la masacre que las personas producen en la flora, domesticada y salvaje. Que la gente sale al campo y venga, a coger piñas y a pintarlas de oro y plata, con lo bella que es su escala de marrones naturales. ¡Y no sólo de piñas vive el hombre! Cualquier cosa susceptible de ser embadurnada con spray de colores entra en sus bolsas tercermundistas y se convierte en decorado inerte para sus muertas vidas.

Que no digo yo que lo hagáis de golpe, pero es que no he visto ninguna progresión, al contrario, cada vez son más los ignorantes que, guiados por vete a saber qué instinto depredador, se lanzan a comprar plantas reales, ¡reales! y las llenan de abalorios, reflejo de su miseria moral y su falta de conciencia. ¡Cómo las engalanan! Como si les hiciera falta, como si con esos brillos y luces de colores disfrazaran su asquerosa existencia al margen de la madre naturaleza.

Queridos Reyes Magos, yo sé que podéis. Ya lo hicisteis con el gato del vecino que se comía mi alcanfor (nepeta camphorata). Apenas tenéis que vaciar de contenido un continente de por sí caduco y ajado. Sacudidlo un poco y dejad que caiga en el olvido ese barbudo estafador. Yo sé que podéis. Acordaos de mamá, no os costó nada. ¡Acabad con ese gordo cabrón que me amarga la existencia! Haré lo que queráis, seré la niña más buena del mundo.

Queridos, queridísimos Reyes Magos, os esperan mis galletitas de canela. Gracias de antemano.

Un beso y un abrazo.