Deberías suspender todos los exámenes. Mutar tu concienzudo gesto y demostrarle al mundo que puedes ser una inútil más. Me gustan tus calcetines de corazones y tus zapatos que brillarían si no estuvieran sucios y tus ganchillos fucsias y el ruidito de tus dientes cuando sales a comerte las rosquilletas. A veces mascas en el vacío, te plantas muy seria apoyada en la pared y miras al frente como si realmente tuvieras algo que ver. Atraviesas todo; el mostrador, a mí, la pared, estoy segura que hasta el edificio y no soy capaz de saber dónde estás. Y masticas, se te acaba la rosquilleta y sigues masticando. Qué pena que tus pensamientos estén desperdiciados en derecho penal I, derecho de responsabilidad civil, de daños, procesal, laboral, quiero cogerte de las mejillas y apretar tus labios contra los míos como si pudiera comérmelos. Qué cosa estas metáforas del amor y el sexo, como si consumir la carne del otro, de la otra en este caso, fuera la muestra máxima del amor. Igual es eso, igual es verdad. Yo me veo capaz. Me veo apretando fuerte tu cuerpo hasta que las costillas salten en pedazos; me veo mordiendo tus labios hasta hacer que sangren; me veo mirándote a los ojos y siendo capaz de destruirte… para que no te vayas, porque sé que la primera vez será la última y huirás asustada de mí, olvidarás tus libros sobre la mesa y tropezarás con los críos que salen del cuentacuentos. Llevas siempre las zapatillas desatadas, eres un desastre, no tendrás más escapatoria que matarte, matarte corriendo escaleras abajo.
Deberías suspender todos los exámenes. Mutar tu concienzudo gesto que me impide trabajar. No levantes la vista. Sigue con tus ojos fijos en el papel, haz eso tan gracioso de torcer un poco la boca cuando sientes que te miro fijamente. No me gustan los demonios, soy uno de ellos. No puedo dejar de mirarte. No levantes la vista, sigue como si nada, aunque sé que ya no puedes concentrarte, te mueres de curiosidad por comprobar si realmente existo. Existo. Estoy casi segura. Deberías suspender todos los exámenes. Mutar tu concienzudo gesto que me desborda. Qué mala eres, eres la peor persona del mundo. Eso tuyo tiene que estar calculado al milímetro. Quizás soy yo, que percibo en cada gesto lo que necesito de ti. Tu torpeza, tu cabezonería, tus noches sin dormir, tus uñas sucias, tu camiseta puesta mil veces, tu derrota, tu sufrimiento, mi sufrimiento, tus recuerdos, el Arcadi que te abandonó, los dolores de nacer. Mi sufrimiento.
Deberías suspender todos los exámenes. Alguien tiene que hacerme feliz. Hazlo tú, carga tú con esa responsabilidad. ¿Qué más te da? Total, es eso o volver a casa. Y para qué. En casa nadie te quiere. Si te quisieran te habrían dicho que llevas la sudadera del revés y que va siendo hora de que te laves el pelo. Déjame que te lave el pelo, déjame que te toque el pelo, despacito y haciendo espuma y agua tibia para enjuagarte, te haría el favor, solo tienes que quererme como a nadie más en el mundo.
Voy a cerrar la puerta. Se irá todo el mundo y cerraré la puerta. Te quedarás sola y muerta de miedo y yo te cantaré acurrucada sobre tus rodillas y me querrás. No te quedará más remedio. ¿Con quién vas a estar mejor que conmigo? Te daré besos chiquititos hasta que se te vaya el miedo y tu nuca y mi mano y tu cuello. ¿Con quién vas a estar mejor? ¿Dónde mejor que aquí? En casa nadie te echará de menos, les da igual que quieras ser abogada. Aquí estamos solas. Aquí no hay más que libros.