Berta ha sido siempre alta. Ha sabido aprovecharse de su esbeltez y aunque tuvo tres hijos nunca perdió esa figura que todavía ostenta.
Va y viene de su casa. Le gusta hacerse con la ciudad, aunque ahora haya cambiado mucho. La siente suya, como entonces, en sus años mozos. Cerca de donde se ha sentado hay un comercio entrañable: La Colmena. Los mejores bollos de leche de Barcelona.
Le gusta recorrer la plaza Real recordando las tardes en el Glaciar y las noches en Jamboree, donde se deleitaba con jazz cuando le apetecía. Por cierto, existe todavía.
De todos modos, sus costumbres no se asocian a la gauche divine, a la que parece que perteneció.
Cuando quería bailar iba a la Rambla, al Jazz Colon, nada apropiado para ella. ¿Habría frecuentado Boccacio? ¿La calle Muntaner le caía lejos? ¿O era ella a la que le caían mal los sótanos?
Pero eso eran otros tiempos.
Conserva esa elegancia que le viene de clase. Viste a su aire con una delicadeza que la distingue. Muestra su pecho, ahora quizá algo enjuto, sin pudor, con esa decencia de la burguesía acomodada. El vestido le sobrepasa la rodilla. Uno se la imagina de pie y… El estampado no es de flores. No le encajaría; combina unas manchas casi deformes, en beige, sobre el blanco hueso del fondo. Le da luz, serenidad; resalta esa personalidad que asoma en su barbilla.
Calza zapato plano. Negro y con cordones. Sus pies y sus piernas son finas y aunque no está morena, su piel no es de ese blanquecino que asusta. Tiene tono, savoir-faire.
El pelo recogido en un revuelo de cabello en la parte trasera de su cabeza se descuelga a los lados y confiere a su rostro una vitalidad que no concuerda con la edad que tiene.
En su mirada, que no es líquida, como podría esperarse, se refleja la vida, Cuando habla se dibuja una sonrisa en sus ojos que, aunque no lo son, parecen verdes, verde mar, verde turbio, verde misterio. Una vida holgada y satisfactoria mezclada con una ironía que aparece como nota discordante.
Toda ella es misterio. Belleza.
Sentada en la esquina de una calle concurrida, contempla el ir y venir de los transeúntes. Parece que tenga la mirada puesta en la lejanía, como perdida en un horizonte inexistente. Ha tomado un café con leche. La taza vacía lo delata y unos restos de pan hacen pensar en un mini de jamón.
Sabe que se hace mirar. No le importa. Pero no posa. ¿Posó en su juventud para alguien, para algo? ¿Vive sola? ¿Dónde? ¿Sus hijos han desaparecido? ¿O es ella quien los ha hecho desaparecer?
Aparenta soledad. Aunque se aprecia una seguridad que… Vedla vosotros mismos. Terminad el misterio a vuestro gusto.