La canícula paraliza

El sapo omnisciente

 

I

Veo que el verano es para Vds. una temporada de expansión del espíritu: de esa parte del espíritu tan cercana a la definitiva consunción de la carne, que uno diría que el espíritu, en vez de, como manda el canon hegeliano, esparcir el elevado numen de sus infinitas posibilidades en esa región áurea y desconocida del cerebro, se va acumulando, por efecto de la molicie y el exceso de alimento, en zonas del cuerpo humano propicias a la grasa, el estupor opiáceo de las glándulas mamarias, el colesterol en sangre, y, por qué no decirlo, la general estupidez carcajeante, ajena, en su denodado ritmo caliente, al devenir del universo, que acaba convirtiéndose en un flotador gigante en forma de estatua de la libertad.

 

II

De la contemplación estética al borde del mar, alabada por el romanticismo, hasta la grima de la lágrima, ya no queda ni la sombra: Vds. pasarán, de manera  inevitable, a lo largo de la extensa y descansada canícula, por un proceso de conversión meditativo, que comienza con la euforia platónica de ponerse el traje de baño, y acaba en septiembre con la depresión  heideggeriana, y por ende existencial, de volver al trabajo como los niños vuelven a la escuela: con esa carita melancólica del que sabe que portarse bien y contar con alegría las aventuras ingeniosas que acaecieron en agosto, no es sino el reverso cursi de una desolación agravada por el apocalipsis diario que conmueve al mundo justo cuando se dejan un vaso de plástico olvidado en la arena.

 

III

Es la parálisis paradójica de la canícula fétida, abracadabra místico de la felicidad cifrada en la burguesa ensoñación de una posición en la sociedad que ya no ocupa nadie, por más que haya quien disfruta del mar en un yate de veinte metros. Desengáñense, la verdadera felicidad es pasar el verano en un desierto como un cangrejo ermitaño, tocando el violín y comiendo pan duro. El auténtico sentido del tiempo libre es la ascesis y los rigores de la carne. Hasta que no comprendan ustedes esto, seguiremos teniendo un país de humildes camareros, educadísimos poseedores de un currículum impecable, que trabajan para un público bárbaro, capaz de devorar doradas a la brasa en chanclas y luciendo un rolex.