Palisandra es una hembra rotunda. Ancha de espaldas, dotada de pecho, buenas posaderas, nalgas bien formadas y piernas fuertes que sostienen su cuerpo. Todo en su anatomía es equilibrio; ni le falta ni le sobra nada.
¿Qué clase de nombre es Palisandra? ¿Es nombre de mujer? En realidad, recuerda el nombre de un árbol: el palisandro. De hecho, parece ser que a su padre le llamaban Palisandro; vaya usted a saber cómo se llamaba en realidad. El caso es que su madre lo amaba con locura y cuando en el parto vieron que era una niña su madre dijo: se llamará Palisandra, seguramente en recuerdo de ese amante que la abandonó cuando estaba en cinta.
De todos modos, la gente la llama Palisán y a ella no le importa.
El palisandro es un árbol de la familia de las bignoniáceas muy apreciado por su madera con la que se trabaja en ebanistería. En según qué lugares de América del Sur lo llaman jacaranda o jacarandá. Estos árboles son una maravilla: florecen dos veces al año, son exuberantes, el estallido de flores entre azul y violáceo cubre toda la copa.
Quizá por eso Palisandra se llama así. Toda ella es exuberancia. Bien podrían llamarla Jacarandá, mucho más adecuado para una mujer.
Palisán ha tenido un hijo; no se sabe qué ha ocurrido con él.
Y como sus pechos rezuman leche sin parar, amamanta a cualquier bebé que lo necesite.
Viste falda ancha, fruncida en la cintura, que le cubre más allá de la rodilla, una blusa abotonada y una pañoleta de dimensiones descomunales. Calza alpargatas, y, aunque es joven, luce una cara curtida por el sol que le pone algunos años que no tiene. Sus ojos desprenden dulzura, pero son penetrantes. Mejillas rollizas y melena corta, más bien despeinada.
Se la ve casi siempre a pecho descubierto con un rorro enganchado a uno de sus pezones. Los lleva asidos dentro de la pañoleta que se ata a la cintura y al hombro. Ella va haciendo sus tareas sin la menor preocupación. A veces, cuando tiene a dos pequeños al tiempo, se permite un descanso; se sienta en una vieja mecedora a la sombra de una parra que crece allí frente a la puerta de su casa, arrebuja a los peques en su regazo, uno frente al otro, y le ofrece a cada uno una teta. ¡Y ale! Si alguien pasa se enzarza en una charla, que todo distrae.
Sus pechos nunca se secan. Parecen ubres cargadas de miel. Palisán es pletórica, como las flores del jacarandá.
Las gentes de la aldea la aprecian mucho.
A veces la llaman cuando una partera, desgraciadamente, ha fallecido; ella acude rauda, siempre acompañada de una criatura de apenas dos años que nunca se despega de ella agarrada a sus faldas. En verdad, ella se lo ha ahijado; quizá así ahoga la pena del hijo perdido. Y nunca le niega a la criatura, que ya come gachas, una ración de pecho antes de acostarlo.