Toni Hill (Barcelona, 1966) ocupa un puesto destacado entre los escritores nacionales del género negro-criminal desde que su primera obra, El verano de los juguetes muertos (DeBolsillo, 2011), vendiera más de 120.000 ejemplares y se tradujera para ser leído en veinte países. Esa obra fue la primera de una trilogía protagonizada por Héctor Salgado, un inspector del cuerpo de los Mossos d’Esquadra de Catalunya, a la que dieron continuación Los buenos suicidas (2012) y Los amantes de Hiroshima (2014). Más tarde, ya como autor de Grijalbo, Toni Hill publicó Los ángeles de hielo (2016), donde lo policial se transforma en misterio, ubicando la acción en un sanatorio barcelonés a principios del siglo XX. Con la publicación de Tigres de cristal (2018), el autor aunó presente y pasado reciente, para trazar otro retrato turbador de las relaciones entre adolescentes y consiguió con ella diversos premios y siendo escogida por los críticos de La Vanguardia como una de las cinco mejores novelas negras de 2018. Con su última obra, El oscuro adiós de Teresa Lanza (2021), recién publicada, el autor renueva su incursión en el mundo de las culpas desde el trasunto del suicidio.
PREGUNTA.: ¿Qué tal la edición virtual de BCNegra 2021? La pandemia nos ha traído restricciones inimaginables… Ese roce entre autores y entre estos y sus lectores, ¿cómo se ha vivido desde el plató de La Virreina?
RESPUESTA.: La verdad es que fue una BCNegra rara, distinta… Aunque tanto en directo como lo que pudo verse desde casa funcionó bien; ha tenido un montón de visitas… Yo participé en una mesa en el plató y estuve muy a gusto. Igual no pudo ser como me hubiera gustado, como las navidades o las vacaciones que tampoco han sigo igual, pero al menos se acercó a lo que se pretendía. Ellos han quedado satisfechos y eso es lo que importa.
P.: Antes de pasar a hablar de tu nueva novela y de tu obra, me gustaría ampliar un poco más tu reseña biográfica. Lo primero sería que nos hablases de tu trabajo previo como traductor y así saber algo más de tu ascendencia inglesa… Porque tú traduces del inglés al castellano, ¿no? ¿Cuáles son tus logros más conseguidos?
R.: Mis antepasados son tan antepasados (risas) que se remontan al siglo XVIII, creo; lo que pasa es que el apellido se ha ido manteniendo a lo largo del tiempo por alguna razón extraña (risas). Pero mi inglés es de escuela, aprendido; es esfuerzo personal (risas). Como traductor me siento orgulloso de la traducción de Jane Eyre que ahora está en Penguin Classics y después hubo un montón más: Jonathan Safran Foer, David Sedaris… Traduje mucho para Literatura Random House, libros raros y minoritarios, así como el primer libro que luego se convirtió en la serie televisiva Dexter, y también traduje el primer libro de Peter May: La isla de los cazadores de pájaros… Son 25 años de trabajo.
P.: Lo segundo sería desarrollar, si te parece, la idea de si el hecho de haber sido primero traductor te llevó a querer escribir tus propias historias. ¿Corresponden tus autores traducidos a tus autores de cabecera o referenciales? Creo que Peter May (escocés) cubre ambos espacios…
R.: Sí, la primera novela de Peter May es muy buena. Escribir y traducir parece que sea lo mismo y no tiene nada que ver. Hay muchos escritores que no han traducido nada y viceversa. Lo de la traducción surgió en un momento determinado porque yo sabía inglés y porque tenía un buen dominio del castellano. Pero no soy traductor de carrera, no quiero que me acusen de intrusismo profesional (risas), pero iba sacando adelante textos relativamente complicados, en el sentido de que el estilo literario y la exigencia de lenguas fueron subiendo, tanto en inglés como en castellano… Y no, no puedo decir que fuera pareja a mi evolución como escritor; cuando escribí mi primer libro seguía haciendo traducciones, o sea que, en algún momento, ambas cosas coexistieron y siguen coexistiendo, aunque menos.
Lo que sí es verdad es que el hecho de traducir, y de haberlo hecho de textos exigentes, te da los recursos técnicos de la lengua. Yo no tengo dudas de sintaxis. Sé cómo encarar un párrafo, sé cómo conseguir darle ritmo, porque de alguna forma has tenido que hacerlo al servicio de otros. Pero aparte de eso, son dos mundos distintos: los libreros venden libros, pero no los escriben, o algunos sí, pero no todos.
P.: Quizás habría una tercera tarea que no sé lo importante que debe ser en tu trayectoria. He leído que haces trabajos de colaboración con editoriales. ¿En qué consisten? ¿O son cosa del pasado? Escribir es tu exclusividad, ¿se puede vivir de ello?
R.: Sí, sigo haciéndolo. En el momento más intenso de la escritura de una novela, esto te ocupa tres horas al día y, por lo tanto, puedo permitirme hacer estos trabajos como free lance. Hago contraportadas, lecturas de originales, revisiones de estilo… Y bueno, no sé si se puede o no vivir de escribir, pero es arriesgado; y sobre todo me parece innecesario: uno necesita hacer más cosas, incluso para que la obra se abra al mundo y no quede encerrada en uno mismo.
P.: Lo puramente policial te ha llevado a desarrollar otras tramas desde donde incidir más en el enigma que pueda encerrar una acción criminal. Es decir, sobre un crimen (si lo hubo) ya cerrado, los fantasmas acechan a los vivos, clamando justicia. Teresa Lanza había muerto hacía ya un año cuando la historia de tu último libro se abre al lector. Bien sean fantasmas o remordimientos, en tu novela convergen las culpas que andan peregrinando entre tus personajes… Cada vez te atrae más lo fantástico, ¿verdad?
R.: Sí, un poco, pero me atrae lo fantástico a mi manera, al igual que la novela negra me atrae a mi manera. No me atrae el fantástico de monstruos sino lo fantástico cotidiano, que a veces es casi surrealista: Me interesan esas vidas normales a las que a veces les ocurren cosas que no son tan normales.
P.: De fondo, en tu nueva novela, presenciamos el choque de dos mundos: el de los pobres y el de los ricos, y de los nuevos ricos también, por supuesto… Teresa, Jimmy, Deisy son los desheredados, latinos en busca de una vida mejor que, con la ayuda de la iglesia (el padre Rodrigo), encuentran acomodo como jardineros, cuidadoras, limpiadoras en esas bonitas casas de Castellverd… ¿En tu novela, el mundo sigue igual que cuando la gente creía en la lucha de clases?
R.: A ver, ahora es complicado hablar de lucha de clases; el concepto se ha vuelto complicado hoy en día porque hay más distancia, nos movemos en un ambiente aparentemente progresista, civilizadamente europeo… No es que ni a Teresa, ni a Jimmy, ni a Deisy se les trate mal, tienen los contratos que tienen y cobran lo que cobran, pero no sufren una explotación salvaje, sino otra más sutil, esa que se utiliza ahora en muchos ámbitos y que pasa por generar un vínculo con el empleado y apelar a conceptos como confianza, aprecio (“¿Qué haríamos sin ti?” “Eres como de la familia”) para pedirle cosas que no entran en sus obligaciones. De lo que se habla en la novela es de la coexistencia de esos dos mundos, ideológica y culturalmente contrapuestos. Se necesitan mutuamente para ir subsistiendo, pero hay un pacto de no agresión; el problema es cuando el rol que tiene asignado la chica de la limpieza cambia. Ahí estalla el conflicto.
P.: Y los personajes que habitan allí por derecho de clase… Hay un esfuerzo enorme de caracterización de todos ellos. ¿Sus ocupaciones son un mapa de lo que consideras veraz social y económicamente como salvaguarda de clase?: Xenia (actriz), Román (un exdirector de teatro), Lourdes (editora), Max (médico y profesor), Mireia (gestora farmacéutica), Iñigo (fotógrafo y rentista), Olga (forense)… Y por supuesto los nuevos ricos, Coral y Álvaro, con serios problemas con la justicia por fraude y líos por corruptela política y mafiosa…
R.: Hay un poco de todo; en realidad son profesionales liberales, la mayoría entran en esa categoría. Y también es gente rica, pero es gente rica que trabaja. Es un poco lo que hay a nuestro alrededor. Sí, realmente es un mapa que representa a gentes que todos conocemos y con los que más o menos nos relacionamos…
P.: En todo caso, parece que sólo los mileuristas y las cajeras de súper están libres de culpa. ¿Los inocentes todavía existen en nuestro mundo?
R.: No, no, al revés. Yo no creo que Deisy, por ejemplo, esté libre de culpa… No hay nadie en la novela que lo esté… Es simplemente que, a través de un hecho trágico, la gente empieza a preguntarse qué hizo o qué no hizo por evitarlo. Ante un suicidio tú te sientes culpable, te sientes mal: quizás no hayas ayudado, le contestaste mal o simplemente no hayas respondido a un correo… No he intentado hacer una novela de buenos y de malos. Lo único que se insinúa es que el suicidio tuvo que ver con algo que pasó en alguna de esas casas de Castellverd.
P.: Aparte de esos roles económicos, ahí están también los emocionales por edades y por género: adolescentes y hermanos gemelos bajo presión por la separación de los padres, la obsesión por el sexo clandestino y prohibido, el trasvase de poderes en la familia, la adopción y la gestión de sus conflictos, la doble sexualidad, celos, envidias… No cabe nada más.
R.: Es que son muchos personajes. De hecho, son cinco familias que no son tan extrañas; lo que pasa es que las observamos muy a fondo y muy de cerca, pero en realidad que haya celos entre hermanos es de lo más habitual, familias en las que el rol tradicional pasa de la mujer al hombre el cuidado de los niños hay cada vez más… Las familias cambian de forma, pero los conflictos nucleares que tienen son los mismos de siempre.
P.: El pasado importa y pasa factura. Jimmy lo tiene, como lo tienen los maridos de esas mujeres, todas amigas; amigas hasta que todo se empieza romper…
R.: Sí, sí, en la ficción siempre sucede así: es un recurso que utilizamos los escritores. La novela plantea cosas muy terribles y otras que quizá pueden ser vistas como menos graves, pero para la gente que las vive son igual de importantes. No existen los traumas mayores y menores: todos cargamos con los nuestros y son esos los que nos importan.
P.: Y sospechamos de todos…
R.- Sí, nos preguntamos qué papel jugaron en la muerte de Teresa Lanza.
P.: No hay nadie libre de culpa: ¿Tan mal estamos? No hay esperanza, no hay futuro…
R.: Yo creo que sí que hay futuro. En la vida real hay muchas más buenas personas que en la ficción, lo que pasa es que las personas buenas dan poco juego en las novelas. La novela es el lugar donde tenemos que ir para buscar las notas discordantes. Ahora mismo estamos pasando circunstancias que nos parecían imposibles y vamos tirando…
P.: A menudo el lector se queda con una sensación de tristeza y pesadumbre por más que al final haya quien pague por lo que ha hecho mal. La vida no es nada divertida… ¿Fue el efecto confinamiento o realmente crees que todas las historias negras deben acabar así?
R.: No sé si estoy de acuerdo, aunque las sensaciones siempre son personales y, por lo tanto, indiscutibles. En las novelas criminales al uso el final tiene un efecto catártico: el «malo» va a prisión, y de alguna manera sentimos que se hace justicia. Pero aquí el foco está puesto en la víctima, en Teresa, y ya nada puede salvarla de la muerte. Hay algo de tragedia anunciada y quizá sea esa sensación de que es algo inevitable lo que puede producir esa desolación.
P.: Claro, como lectora te pones todo el rato en pellejo de Teresa Lanza y piensas qué triste es esta historia, qué pena, qué fatal ha resultado todo…
R.: Sí, sí, claro, pero es que las personas que se suicidan es que estaban tristes; siempre tiene que haber un momento previo de desolación, ni que sean cinco minutos…Y es ahí donde radica la culpa social del tema: todos sentimos que podríamos haber hecho algo más.
P.: El pequeño mundo de Castellverd, ese municipio vallesano imaginado, donde prácticamente todo el mundo se conoce y que no deja de ser la representación de una nueva ciudad dormitorio, sirve tanto para hablar cómo la gran ciudad va conquistando nuevos espacios por obsolescencia, como de las distintas las gentes que lo habitan. La novela empieza retratando, ese espacio. Lo reconocemos, como también reconocimos el espléndido trabajo que supuso describir Cornellà de Llobregat entre 1970 y la ciudad que hoy todavía permanece. Los sitios son importantes, ¿verdad?
R.: Sí, sí, los sitios son importantes para el autor. Yo siempre pensé que le debía una novela a Cornellà de Llobregat, mi ciudad natal, aunque no la situara en mí mismo barrio, pero yo sabía que le debía una novela al barrio a Sant Ildefons (entonces conocido como “Ciudad Satélite”), y a la inmigración que lo llenó, al movimiento migratorio de los setenta. Pero con esta nueva novela, me apetecía hacer algo completamente diferente, sin tanto detalle, un espacio algo más neutro, reducido, más pequeño para que cuando pasase un nuevo crimen lo pudiera acotar como necesitaba.
P.: ¿Qué nace primero en tus novelas, la historia o los personajes?
R.: Lo que me interesa es hablar de cómo nos relacionamos con las personas que cuidan a nuestros ancianos o a nuestros niños y en cómo lo viven ellos. También quería tratar esa realidad tan evidente: cuando voy en la línea 1 del metro, lo que veo no es precisamente una mayoría de gente blanca, por decirlo de alguna manera. Entonces pensé en por qué no darle un protagonismo en la novela a esos que ya son protagonistas absolutos de nuestra realidad. No pueden seguir siendo secundarios; basta ya. Creo que es una manera de practicar la integración más contundentemente.
P.: ¿Dónde pones el énfasis? ¿En las claves del enigma o en las situaciones?
R.: En las situaciones, por supuesto. El enigma propiamente dicho, en realidad, da juego como idea, pero se necesita algo más y eso lo dan las situaciones y las características de los personajes.
P.: ¿Cuáles son tus referentes? Una vez leí que uno de tus libros favoritos era Otra vuelta de tuerca (Henry James, 1898).
R.: Es uno de esos libros que siempre recomiendas y que generalmente no gustan nada (risas) porque no se acaba de entender. Pero es que a mí me gustan las cosas que no se acaban de entender (risas). Tiene más interés generar un poco de duda que no dar una historia machacada.
P.: ¿Qué tal funciona el cine como estímulo narrativo? ¿Eres más espectador que investigador? ¿Tienes referentes ahí?
R.- Sí, es innegable. Hay recursos que proceden más del cine que de la tradición literaria: Esos interrogatorios… Con esto hay un poco de tontería: no se trata de que el nivel de la novela baje, sino de utilizar esos recursos que proceden del mundo del cine o de las series y darle la densidad de estilo que los libros necesitan. Los escritores de hoy hemos leído mucho, pero también hemos visto mucho cine y muchas series. La gente identifica, aunque tú no quieras, frases icónicas.
P.: Hablando de cine, hay cierto eco cinematográfico en los nombres de algunos personajes en tu última obra: Mireia Ros (nombre artístico de Lidia Sentís), e inclusive ese apellido tan potente como Lanza, ¿acaso por Mario Lanza, ese tenor que hizo cine en Hollywood?
R.: Ah, sí, sí, pero no; no había caído para nada (risas). Los nombres me surgen así, sin intención alguna. Habrá ecos que se te quedan la cabeza, pero no te das cuenta…
P.: También leí que una productora había comprado los derechos de tu libro El verano de los juguetes rotos para hacer una mini serie televisiva… ¿Te ves como guionista de cine? En todo caso, cuando escribes, ¿lo visualizas con imágenes para ser llevadas al cine?
R.: No se llegó a hacer esa mini serie, aunque regularmente le van dando vueltas. Aquella vez había todo un proyecto, pero al final no salió por problemas de presupuesto; sin embargo, el proyecto sigue vivo. Sobre lo de utilizar la imagen cinematográfica, te diré que no… Quizás con la imaginación hice un plano visual cuando entré a describir Castellverd, pero fue absolutamente inconsciente. Y no, no soy guionista y si no se me necesita como autor, pues mejor.
P.: Supongo que es demasiado pronto para hablar de un nuevo libro, pero, en todo caso, te pregunto si volverás al clásico policial en algún momento.
R.: No lo sé; te mentiría si te dijera que sí. Hay momentos en que me apetece volver al policial, quizás no con Héctor Salgado, pero es posible que lo haga.
P.: ¿Tienes algún proyecto utópico que te gustaría alcanzar?
R.: Hace tiempo estoy dándole vueltas a unos relatos y está a punto de terminarse una novela gráfica, la primera como autor de los textos, pero, vaya, de eso no podemos decir que sea algo utópico. Sí que tengo ganas de irme un año fuera, no sé dónde y no sé si escribiría o no, ni tampoco hace falta que sea Nueva York. O sea que, de utopías, pocas.
(Fotografía de Ismael Tato)