No me dejes

Matinales de la Charca

 

Decididamente no soy una persona normal. Soy difícil, tengo manías, tengo secretos. Debo ser la persona más opaca del universo. No duermo bien por las noches, sudo mucho, como poco, corro con los pies zambos, tuerzo un ojo cuando algo me sorprende. Ya no me sorprendo.

Anuncio a gritos cosas que no significan nada, hago aspavientos y miro de reojo a la gente fea. No me fio de las indicaciones de la carretera ni de los mapas, pero nadie entiende que no es que me pierda, es solo que no me fio de las obras de los hombres, y los mapas y las señales lo son. Me tiemblan las piernas cuando cruzo un viaducto o un puente o cuando me agarro a una barandilla. Siempre, siempre, tengo la percepción de que puedo morir en cualquier momento por vuestra culpa. Fumo, bebo, ronco. Me abrocho los botones en un orden específico, porque si no seguro que algo malísimo puede pasarme. Piso exactamente el mismo número de veces las rayas de los pasos de cebra para evitar celos entre ellas y que acaben engulléndome. Me tapo justo por debajo de los ojos porque es el límite al que no se atreven a llegar los monstruos o los asesinos en serie que esperan al acecho que caiga en el más profundo de los sueños. No sueño, no merece la pena.

Me casé dos veces, una por probar la experiencia y otra para comprobar que no había sido un error. Me divorcié dos veces. Tuve hijos como el que tiene coche, con un entusiasmo desmedido al principio, aun sabiendo que no sería capaz de pagar el seguro y acabaría deseando el día en que pudiera permitirme cambiarlo. Colonicé casas ajenas, lo sigo haciendo, imponiendo mi toque de queda, mis zapatos en el comedor y mis papeles manuscritos sin sentido por las paredes de la cocina. Me gusta dar miedo a la gente. No me gusta la gente. Me arrimo a las personas como quien se arrima a las zarzas con una podadora, a ver quién cae primero.

Como con la boca abierta en las bodas, me visto de payaso a la menor ocasión, hablo de heces y menstruación delante de vuestras abuelas. Aburro al auditorio más entregado y luego lanzo un bostezo sonoro y lo más ofensivo posible. Meto los dedetes en los azucareros y los chupo sin pudor, adoro el azúcar refinado. Cuanto más mientas mejor me caes.

Sucumbo ante la belleza. Pierdo el sentido. Caigo y me abrazo las rodillas esperando un consuelo que nunca me dais. Me dais asco.

Pese a todo no me gusta la soledad. No te vayas, no me dejes aquí, llévame contigo, dame abrazos, bésame las manos, átame los zapatos cuando ya no pueda, cámbiame las sábanas. No te vayas, no me dejes sola, no me dejes. Alguien tiene que desenredarme el pelo.