mi amado cadáver de amor iluminado
Ay pena, penita, pena
Ahora que estás en todo lo invisible:
en el movimiento despeinado del árbol,
en la pequeña lagartija que se refugia
entre las flores azules de tu improvisado altar,
en el chillido agudo y salado de las aves
siento tu abrazo grande a través del viento.
Me arremolinas en aire caliente como tu ser
—flamenco tierno de corazón puro—
y las lágrimas caen, catarata en flor
pétalos puñal que se me hincan
en la boca del estómago
en el hueco hondo que ahora aquí siento,
Jondo como las entrañas ardientes de la tierra.
Dicen que tus pulmones se han deshilvanado
se te han roto los puentes de aliento
que te cosían a este plano terreno.
Ahora ya podrás comer lo que te dé la gana
al carajo las papillas y la galaxia láctea de espesante
esas comidas de viejo como las llamabas
mi septuagenario niño eterno.
Joven de alma y piel suave
como el abuelo Antonio,
la misma piel de bebé que heredamos los dos,
suave y blanca
como los campos de milenrama.
Lágrimas largas se deslizan
lluvia tropical surca mis mejillas
—cuna acuática en mis clavículas—
las llamo lágrimas de amor puro
porque nacen sin esfuerzo ninguno.
El encierro nos trajo una celebración y un entierro.
Cómo te hubiera gustado bailar conmigo!
¡Cómo me hubiera gustado bailar contigo
manos molino al viento, mi flamenco favorito!
Iba de blanco con plumas y bata de cola,
coroná de flores rosas…
el vestido me lo hizo, Luis, mi amigo el modisto
ese que es tan alto, sí el mismo.
Daría lo que fuera por contarte esto
en la barra de casa mientras jugamos al dominó,
por mostrarte las fotos y reírnos juntos
mientras me dices: qué joía eres, morcilla.
Vuelve, la lluvia tropical vuelve,
fuente inagotable, inextinguible, eterna
—orquesta natural cruel y bella—.
No pudimos despedirnos, al menos al uso.
En planos sutiles, sí, lo hicimos.
¡Qué bruja eres, joía!
¿Vino la Prisca y Papá Paco a buscarte?
La yaya y el yayo, ya lo sé…
Ayer me dijo mamá
que llegaste a casa.
La urna rubí acoge tu alma caliente.
Estás en el altar en flor y madera
junto a la rosa blanca del Tatono
— ahora ya conoces el misterio del firmamento—.
Encierro mi pena penita pena
última canción que bailamos juntos.
Enhebro tu amor, tu arte, tu alegría.