En las calles de mi barrio
los sueños y las pesadillas
disertan el lenguaje del símbolo
en muchas lenguas
y todo es de color.
El idioma de la precariedad
es la lengua oficial,
la que serpentea a ras
tramo a tramo las cuestas
de Roquetes.
Y es que mi barrio es una hidra de 13 cabezas.
Vallbona, Torre Baró, Trinitat Nova,
Roquetes, Canyelles, Can Peguera
Verdún, la Prospe, Porta
Guineueta, Ciutat Meridiana
El Turó de la Peira, Vilapicina i Torre Llobeta.
Me pregunto:
¿Por qué en los barrios del extrarradio
las subidas y bajadas son tan jartas?
¿Será que somos extraterrestres a los que no les afecta el peso de la gravedad?
¿O es tanto el peso que ya lo tenemos integrado
como Sísifos del asfalto?
La arquitectura del entramado urbano
se parece a la anatomía del sueño:
delirante, surrealista, absurda y también mágica.
En la periferia todo es de color.
Algunos edificios, enfrente del río Besós
vistos desde las vías de Torre Baró
parecen legos irisados en las pequeñas
manos de mi hijo,
penden del equilibrio de una pieza
para caer encima del Cacaolat
y amenazan con mancharlo todo de cieno.
Cuando yo era pequeña,
al salir de la escuela,
el parque de la Guineueta era el lugar de mi recreo
y las flores del parque eran chutas
que crecían salvajes como amapolas.
Los yonkis eran jardineros
que lavaban las flores en las fuentes
y la sangre brotaba como en primavera.
En mi barrio todo es de color.
Las grúas surcan los tejados de la ciudad enjambre
como libélulas metálicas
que sobrevuelan la ropa tendida, también de color.
La piel de mis vecinos es tornasolada
como las flores exóticas que crecen en los márgenes
en las grietas de cemento
subvirtiendo las férreas y crueles leyes de la inmigración.
¿Cultura o Natura?
Increpan los antropólogos
mientras comen sushi y beben jugo de tampico
en un sofá de skay rojo.
En las cocinas de mi barrio
hierven los pucheros especiados
junto a las facturas del agua
dobladas en forma de origami de paloma
animal de asfalto y pan duro.
Todo es de color en los 13 barrios:
El cansancio es beis como la tierra cuarteada y reseca
que cubre las fosas comunes de los millones de desaparecidos.
La tristeza es verde como la línea 3 del metro
que lleva al hospital del Valle Hebrón
donde murió mi abuela Adriana.
Pero como el verde es rebelde y perenne
también lleva al primer llanto y al tacto de mi bebé.
El color verde tiene esa ambivalencia de las diosas hindús.
La angustia es lila como las ojeras
que se visten de gala para ir a trabajar a las 5 de la madrugá
cuando las calles todavía no están puestas y
los gallos despeinados campan a sus anchas
por las calles, como en las novelas de García Márquez.
La pena es azul, como el señor ausente de los espacios infinitos.
La alegría en mi barrio es roja.
Roja lucha vecinal
Roja flamenca en las plazas y en cualquier terraza de la Pestaña
Roja como las fiestas populares
Rojo arte,
roja pasión periférica.
En mi barrio, todo es de color
y nosotrxs somos potras y potros
de rabia y miel que cabalgamos
con dignidad y amor
nuestro indómito estigma de extrarradio.