Hay que inventar la vida para que acabe siendo verdad, te lo escribió J hace años, aunque ya no lo recordabas. Esta mañana, mientras ojeabas antiguas postales, has reconocido su letra en una de ellas y has sonreído al comprobar que omitió mencionar que era una cita de Ana M. Matute.
Al leer su frase, de repente, has recordado un sinfín de conversaciones de la que entonces llamabas tu etapa azul. Azul, no por lo del artisteo, por lo de vestir jeans o por ser el color del momento, sino por el cielo y sobre todo por el mar, porque su horizonte te hacía soñar, y el sueño siempre es azul.
Desconoces de qué color es el presente, te gusta pensar que es verde como la hierba, como las hojas del olivo o como la esperanza, pero todavía no tienes claro si es así.
Solo sabes que en tus días azules hablabas en indicativo, afirmando, y tus deseos eran aún posibles. Con los años, tus modos verbales han cambiado y el subjuntivo se ha ido inmiscuyendo poco a poco en tu vida.
Ahora vives siempre en subjuntivo, apenas haces afirmaciones, lo tuyo es hipotetizar, considerar que tal vez algún día puedan ser ciertas las posibilidades que hoy crees remotas. Porque les viene de lejos a las palabras hablar así, en subjuntivo, entre balbuceos e indecisiones, transformando en ficción lo que tocan, lo que ven y también lo que oyen o creen oír.
No recuerdas en qué momento entró el subjuntivo en tu vida, crees que lo hizo de la mano de lo subjetivo, aunque no sabes qué fue antes si el huevo o la gallina. Lo que sí sabes es que todo tiene un límite y que habrá que cambiar de modo verbal y habrá que cambiar de color. Ya no soportas vivir de suposiciones o de posibilidades remotas, necesitas llegar a alguna conclusión.
Por eso dudas, no sabes si optarás por el modo imperativo, más tajante, o bien te quedarás con la flexibilidad de un condicional. En cuanto al color lo tienes claro: ¡el blanco!, sin duda.
Recoges las postales que leías por la mañana para guardarlas en la caja de latón. Al releer por última vez la postal de J, reparas en algo que antes no habías visto, su despedida se reduce a tres simples letras: ¡Ven!, seguidas de su rúbrica. Un imperativo claro y conciso que ni tan siquiera te planteaste obedecer en su momento.
Te preguntas si acaso ese Ven no será una señal. Tal vez el modo imperativo ya se está camuflando lentamente entre tus subordinadas y termine dominándote en breve. Y no pierdes ni un segundo, te lanzas a hipotetizar a destajo para aprovechar estos últimos momentos que te quedan de subjuntivo, antes de que ese imperativo tirano y mandón se establezca definitivamente en tu vida.
Imagen Pier Paolo Pasolini