Francisco Martín —Curro, para los amigos; para servir a Dios y a usted, según decía el aludido— era un experto en trabajos raros. Y también era culo de mal asiento: le duraban muy poco.
Dejó su labor de paseador de patos, en el estanque del hotel de lujo en el que trabajaba, para abrir una peluquería de perros donde la especialidad estrella era la de manicura. Harto, más que de los perros, de las señoronas con sombrero y tiempo libre que llamaban a sus canes con los nombres ridículos de Fifí o Rodolfo, se dedicó durante una temporada a inspector de patatas fritas. Su labor consistía, dentro de su empresa, en vigilar que estuvieran en su punto de textura, color, sabor, además de crujientes, y que no se ablandaran una vez abierto el envase.
Dos años más tarde cambió de oficio y se hizo espantapájaros humano. Contratado por agricultores británicos, iba vestido con sombrero de paja, ropa llamativa y acompañado de un silbato para ahuyentar a los bichos alados. Cansado también de este oficio, poco después, se hizo probador de toboganes. Viajaba, sobre todo en los meses de estío, a los parques acuáticos y, siempre en bañador, evaluaba el grado de rapidez, seguridad y capacidad de diversión de los mismos; pero al terminar su tercer verano, orientó su vida laboral por otros derroteros.
Su siguiente empleo fue el de mamporrero, es decir, de encargado manual para que los caballos, malos en temas de puntería, dieran con el orificio vaginal de las yeguas, porque muchas veces no atinaban con el lugar de lo nerviosos que estaban por la perspectiva de la coyunda. Estaba claro que, para tal menester, Francisco hacía uso de guantes. Y que se los cambiaba de vez en cuando. Harto ya de tocar los miembros erectos de los machos del ganado equino, pensó en mudar de oficio y, probando fortuna, se empleó consecutivamente en estos: acurrucador profesional, recolector de gusanos, modelo nudista, probador de alimentos para mascotas, asistente del lanzador de cuchillos del circo, sexador de pollos, probador de muebles, calentador de camas…
Cuando decidió cambiar de nuevo de profesión, y esta vez buscar algo más normalito y tranquilo en una consultoría, se extrañó mucho de que el entrevistador se divirtiera de lo lindo a costa de su curriculum.
A pesar de todo, obtuvo la plaza. En su nueva empresa valoraron positivamente su versatilidad, su falta de remilgos, su afán de superación, su experiencia y su capacidad para adaptarse a cualquier tipo de empleo. Un ejemplo modélico para todos.