Secundario

Pesca de arrastre


Siempre me sentí el segundo de a bordo.

Si mi vida fuera una película yo sería un actor secundario, como Walter Brennan, Steve Buscemi, Miguel Ángel Rellán o Chus Lampreave.

Ya en el día de mi nacimiento mi padre dijo «qué feo me ha salido el jodío. No sé a quién coño se parece. Menos mal que tenemos otros dos».

En el colegio de curas San Alligator nunca me sacaban a la pizarra para recitar la poesía del día de la madre, ni para formar parte del coro para cantar Juventudes Reptilianas, ni siquiera para optar al puesto de monaguillo en las misas del primer viernes de cada mes. Solo lo hacían para regañarme o para darme de hostias. El Avelino, cuando venía con ganas de repartir leches, sacaba al Benayas para recitar la lección. Y después de reírse y de imitarle por su tartamudez, me nombraba a mí, que nunca conseguía aprenderme de memoria el tema de Geografía, y mientras yo decía: «Burgos tiene al norte La Lora, tierra de páramos y de pastos, cuyo centro es Sedano. Más al sur la Briviesca…», y ahí me quedaba estancado, él se quitaba cuidadosamente el Festina y lo dejaba despacito sobre su mesa. Después venían las bofetadas. Era un sádico.

Los compañeros, cuando en el recreo echaban a pies con el fin de repartirse los jugadores para el partido, nunca me elegían hasta que solo quedábamos Blas, el cojo, y yo. Y ya no había otra opción: uno para cada equipo.

En mi casa materna nunca estrenaba ropa. Cuando a uno de mis hermanos le quedaba pequeña la suya, yo la heredaba. Y tan contento.

En mi matrimonio nunca fui el rey de la casa, solo el mayordomo, sin mando en plaza y en un segundo plano en la toma de decisiones. Las opiniones de mi suegra eran prioritarias siempre: «mi mamá dice que…».

Quise ser profe universitario, pero mis aptitudes no me dieron para más y me tuve que conformar con ser docente en Secundaria.

Secundario: estaba predestinado a ser siempre el segundo de a bordo.

Mis padres me debieron bautizar con el nombre de Secundino. Aunque, bueno, tampoco estuvieron muy desafinados y me pusieron Casiano. La de chistes idiotas que he tenido que aguantar. ¿Os imagináis a un rey o a un magnate de los negocios con semejante nombre? Pues eso. 

Bueno, os tengo que dejar. Me ha llamado el editor de la revista donde colaboro para decirme que publican esta semana un texto mío. Se ve que se han agotado las reservas de los autores estrella y no queda más que la purrela: cosas de Pesca de arrastre y un cuento de tartamudos del Benayas.