Los hombres de negro mandaron una comitiva e interceptaron a los tres Reyes Magos en su trayectoria hacia la noche mágica.
Los llevaron con gran solemnidad y ceremonia a un edificio alto con pretensiones de llegar al cielo. Los subieron hasta el último piso y los sentaron a una mesa larga y transparente en la que se reflejaban las nubes.
Los agasajaron sirviéndoles el chocolate más sabroso de la Tierra y unos bizcochos con crema de avellanas (al presidente de los hombres de negro le dijo su hija de seis años que a los reyes les encantaba esa crema). Luego, cuando los creyeron borrachos de dulces, los acercaron a la ventana.
Los tres Reyes Magos contemplaron maravillados el mundo desde las alturas.
—Todo lo que veis —dijo el que mandaba, señalando hacia el infinito—, es nuestro. Pero hay algo muy valioso que solo poseéis vosotros y os queremos proponer un gran negocio.
Los tres Reyes Magos se miraron sorprendidos.
—Queremos compraros eso que dais a las niñas y a los niños para que os esperen con entusiasmo cada año, nunca os olviden y os quieran tanto.
Los tres Reyes Magos sonrieron sin contestar.
—Sería nuestro producto estrella. Lanzado a todo el mundo a través de las redes sociales y llevaría vuestro nombre. A cambio podéis pedirnos lo que queráis.
Como los tres Reyes Magos seguían sin responder, los hombres de negro se enfurecieron.
—Si no nos lo vendéis, os podemos dejar encerrados en este rascacielos de por vida y las noches de reyes serán oscuras y negras para siempre.
Gaspar, que era el más astuto porque tenía la barba más blanca, abrió la bolsa que llevaba bajo su capa y entregó a cada uno de los potentados una cajita de colores muy vivos con la condición de que no las abrieran hasta que hubiese transcurrido la Noche de Reyes.
—Dentro encontraréis lo que queréis —les dijo—, siempre que sepáis buscar.
Los hombres de negro dejaron marchar a los tres Reyes Magos y esperaron el amanecer en el último piso con sus cajitas, mientras oían en toda la ciudad la algarabía infantil, las risas inocentes, el estallido de ilusiones de la Noche de Reyes.
Por la mañana, tal como habían exigido los reyes, los hombres de negro, con mucho cuidado, abrieron sus cajitas. Se quedaron boquiabiertos. Estaban vacías.