Navidad de mis entretelas

La Charca en Navidad


No puedo referirme a ese período de sonrisa occidental sin retrotraerme a mi infancia. Allá por los ochenta, tuvo mucho éxito el anuncio de un pavo que volvía a casa por Navidad. ¿He dicho «pavo»? Muy desafortunado por mi parte; yo, no el pavo. Quiero decir el individuo, mejor que pavo, que ya sabemos cómo nos las gastamos con los pavos en esas fechas. A lo que iba: que regresaba el tipo a casa como el hijo pródigo, aunque dando por hecho que no se había descarriado; antes, al contrario, que se había ganado la vida honradamente y estaba de vuelta antes de la Misa del Gallo. El anuncio estaba cargado de gestos y reacciones emotivas, y con una sintonía pegadiza, hasta ser reconocible año tras año. Parecía una buena historia, típica de quienes echaron raíces familiares. La pega es que la familia crece. Y con ella, las diferencias. Cuñadas, cuñados, nueras y yernos no siempre son bienvenidos en Navidad. Ni los suegros son siempre lo que uno habría deseado. A veces, ni los nietos ni los sobrinos.

Si se aplicara lo que se dice en los juegos de competición, «lo importante es participar», todo iría mejor, fuera cual fuera el número de participantes, y fueran cuales fueran las peculiaridades de cada cual. Con ese espíritu se celebran estas reuniones, es cierto; pero a veces tras una mirada de más (o de menos) o un comentario inocente afloran luchas infernales. Y el lema sobre participar y todo eso deviene en «que gane el mejor».

Así, por centrarnos en Nochebuena, no es raro que, tras la cena, la suegra comente al suegro: «No vuelvo a comprar el turrón del anuncio en la vida». O que el cuñado le diga a tu hermana: «Va a volver a casa por Navidad tu tía».

Por eso, si aceptan un humilde consejo, antes de volver a casa por Navidad, dense un tiempo con su pareja, vayan a casa por Navidad y, después, retomen su relación si quieren. Les sabrá mejor el turrón.