Voy a la farmacia a comprar CitraFleet para la colonoscopia de mañana. No entra en la SS y me va a costar cincuenta pavos que me den por detrás. Con sedación, o prefiero morir de cáncer de colon. Es un local grande con dos puertas que dan a diferentes calles. Hay un expositor con distintos frascos de colonia 4711, han sacado un montón de nuevas fragancias. Pruebo una de mirra con kumquat y de repente estoy en un harén lleno de cítricos. Como pone «test», entiendo que es gratis y la guardo en un bolsillo del abrigo.
Dos personas frente a las mamparas con sus tarjetas sanitarias y preguntando tonterías como si pueden tomar paracetamol e ibuprofeno a la vez. Una pareja madura, unos cuarenta y tantos años, con un crío pequeño va delante de mí. Se abre la puerta automática trasera y aparece una mujer de pelo rubio tintado con un plumas plateado de mercadillo y pantalones ajustados a unas piernas musculosas. Desde el fondo grita: «¿Tienen la vacuna del virus, que ya me toca?». Está nerviosa y balancea las caderas con las manos en los bolsillos. La farmacéutica le dice que tiene que ir al centro de salud, que ella no puede hacer nada. La mujer gesticula, dice: «Pues vaya con España, mucha propaganda y luego nada».
Esto indigna al hombre que espera con su mujer y le dice: «Si no te gusta España, vete a tu país a ver si te la dan y cállate ya».
Es gitana rumana y la veo roja bajo la mascarilla. Se siente en el aire la tensión bajo el plumas de plata. «¿Me dices a mí? Te crees superior, ¿eh? Te espero fuera; dime por qué puerta vas a salir». Habla un castellano casi perfecto, con ese deje algo italiano. El hombre es grande pero el miedo vuela sobre él y la mujer. Otro cliente con un andador que ya salía con una bolsa de medicamentos de a kilo dice a la de la farmacia que llame a la policía. En un momento el ambiente de hospital se ha convertido en el del patio de una cárcel. Nadie sabe qué decir ni qué hacer y la rumana sale y entra de la farmacia mirando a la pareja y repitiendo al tipo: «Espero a ver por dónde sales».
Yo fui funcionario de prisiones y veía la clase de mono que llevaba la piba. Voy hacia ella pongo acento de pied-noir argelino y le digo: «Tía, no la montes pogque al final te vas a comer una miegda si vienen los maderos. Te pago dos copas y unas rayas y te explico lo de la vacuna». Se ríe y contesta: «Como no sea verdad te clavo el pincho que iba pa este dililó. Y si lo haces bien igual te como el rabo». Y salimos a la calle cogidos del brazo bajo los destellos de una cruz verde brillando en su chaqueta.