Las fierezas sucumben
frente a la indescifrable emoción
de ser observadores del poniente inmenso.
Cualquier amago de desgaste
se disfraza de savia plasmática
para iluminar nuestra sombras.
La barahúnda montañera familiar
destila chillidos informes
que soliviantan calmas y aceran reposos.
Como haría un cabrón encelado,
las propiedades son protegidas
con miserables equidistancias.
A sabiendas de ser injustos,
algunos justos se difuminan
entre sus patéticas tradiciones.
Como una carambola no deseada,
los tránsitos de opinión
refuerzan las toscas zafiedades.
Las inmersas en las humillaciones
no logran salir de sus humildes penas
que con tanta insidia las hunden.
Solo cuando fierezas, sombras, chillidos,
equidistancias, tradiciones, zafiedades
y humillaciones sequen sus flujos,
solo entonces, los torrejones áridos
se tornarán acuosos.