Te cuesta dormirte porque tienes miedo a los sueños. Después de cada noche de batalla te despiertas con el último sueño aún colgando de tu mente por un débil hilo de seda. La habitación sigue en penumbra y llena de telarañas invisibles y tus últimos sueños evaporándose en el aire. Sigues convencida de la importancia del sueño, pero sabes que es irrecuperable. Cuando vas al baño, la luz ha borrado todo recuerdo, solo un humo gris flota sobre el espejo.
Pasas el día acumulando acciones, sensaciones nuevas que tu mente desecha o archiva manteniendo tu cordura otro día más.
Los materiales procedentes de la vigilia llegan intactos al mundo de los sueños y rodeados de un halo que añade a su existencia física una carga de orden irreal. Te enfrentas a otra noche.
Vuelves a casa, finalmente vuelves a dormirte, vuelves al sueño. Se abren los archivos y todo el material se mezcla y entras en tu verdadero mundo interior, un mundo que no te habla con palabras sino con signos, imágenes, que no comprendes pero que necesitas, y te ves a ti misma sonriendo y diciéndote: Yo soy la realidad, tú eres el sueño. Y ya no sabes si sueñas despierta o vives dormida.
Fotografía de Anka Zhuravleva