Segundas partes

Por la orilla


Estaba, yo, tirado en la playa, «relatinventando», en voz alta, las historietas vegetales de «Entrevista con un zombi», cuando, de pronto, el oleaje me habló de sirenas en Lesbos, buscadoras de refugio, llenas sus pupilas asustadas, de bombas y horrores… Pero no le hice caso.

Siempre me gustaron las lesbianas… las gemelas… las gemelas lesbianas… Sí, ya sé que es fruto de esa ilusión fantástico-sexual que crea el porno… pero, ¿qué le voy a hacer? si yo nací en el barrio junto al río, en los tiempos del barro fatuo.

Siempre me gustaron las sirenas, con sus hipnóticos y estridentes cánticos –nino nino nino–. Sí, ya sé que son seres mitológicos, imaginarios, teóricos… gallegos: ¿Por qué? ¿Por dónde?… Soy de tierra adentro, y las cosas «mariñeiras» me resultan ajenas e intrigantes. Misteriosas.

Siempre me gustaron las teterías. De joven soñaba con desordenadas estanterías y mostradores repletos de semiesféricos flanes, rematados con peces grandes (política y semánticamente correcto). De frente, de perfil, desde arriba, desde abajo, de espaldas… ¿qué quieres? soy humano XY, pido disculpas por ello.

Como era la británica quinta hora tras el mediodía, también silbaron las teteras. Casi en el mismo momento, salvando el desfasado huso horario, resoplaba al tendido de sol, y al de sombra, el carpetovetónico par de cuernos, dudando si embestir al tanga rojo o escapar del engaño centrando la atención en aquellos flanes gemelos pisci-cultivados, que miraban empitonados, por la brisa, en todas direcciones. Unos, desafiantes, erguidos hacia el cielo católico; otros rezaban, ocultos y aplastados, sobre una toalla. La mayoría bizqueaba en un diestro, y siniestro, vaivén. Temblando, bien libres al viento, bien parapetados tras triangulares cortinillas, parasoles. Velos que limpian, fijan y dan esplendor. Realce. Forma. Push-up. Y yo… ni me di cuenta. En el fondo, las almejas aplauden la elegancia enlutada del mejillón, con una comparsa de percebes, entonados berberechos, crepitantes gambas coloradas, por la plancha. Coral de cigalas, camarones (si cabe el plural) y pulpos calamares. Salada sinfonía, acalorada, ma non troppo, alegre de vapores albariños, retronasal afrutada de dulce acidez, que incita al trago largo, pausado, intenso, y no al sorbo cutre, insípido, esnob, insuficiente… seco.


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