Si recuerdan, dejamos a nuestro héroe —Paco Rodríguez—, en la cuneta de una carretera comarcal de Pamplona a Tudela, rodeado de fornidos miembros del G.A.R. (Grupos Antiterroristas Rurales de la Guardia Civil), que habían descubierto que llevaba un cargamento de quinientos (o seiscientos) puros en el maletero del coche alquilado por su empresa. ¡Y sin los sellos de aduanas! (Léase Los puros, primera parte aquí: https://lacharcaliteraria.com/los-puros-i/)
—Pero, ¡¿qué me está contando?! —fue lo que dijo el bueno de Paco al guardia civil, describiendo el momento a nuestra amiga y a mí, en el que se le salieron los ojos de las órbitas al escuchar el número de puros que llevaba en el coche.
—Según la Ley Orgánica 7/1982, de 13 de julio, en sus artículos 1.1 y 1.3, está usted incurriendo, señor mío, en un delito de contrabando de tabaco, al no tener la autorización ni los sellos de aduanas correspondientes —subrayó de manera diligente y administrativa el cabo Juan.
—¡Pero eso no puede ser, oiga, yo, mire, a ver…!
—¿Tiene usted algún recibí, o factura, con los que pueda justificarlos?
—Pues no, no me dieron nada, pero puede llamar a mi trabajo…, a este, ¿cómo cojones se llama? —Chasqueando los dedos— ¡Martínez! ¡Martínez, de Logística! ¡En la sede de Pamplona! —Abro de nuevo paréntesis para indicar que no recuerdo el nombre real que nos dijo Paco, pero al igual que con nuestro amigo, uso el primer nombre (apellido, en este caso) falso que me viene a la mente—. Él le puede confirmar que me entregó el cargamento, quiero decir, los puros —continuó balbuceando Paco, acompañando a los nervios unos goterones de sudor que le resbalaban por la frente.
—¿Puede usted localizarle? —preguntó suspicaz el suboficial de la Benemérita.
—Sí, sí, claro, espere que busque. —Mi amigo nos contó que desenganchó el Erikson de Airtel del cinturón del vaquero, también a nombre de la empresa (el móvil, no el pantalón), y empezó a buscar a Martínez (de Logística) en la agenda, al tiempo que se frotaba con nerviosismo la palma de la mano por la sudorosa calva.
“Me tuvieron una hora, de pie, a pleno sol, con un bigardo al lado mío que no quitaba el dedo del gatillo”, nos confesó de manera épica Paco, al tiempo que apuraba su jarra en la terraza. Luego (continuando con su historia) marcó el número de Martínez (empresa, Pamplona). Sonó el timbre (al menos no comunicaba), y tras unos segundos de espera, que se hicieron eternos para él, la voz de un hombre muy joven respondió, momento en que una sonrisa de alivio se dibujó en el rostro de mi amigo.
—¿Sí? —dijo la voz al otro lado de las ondas.
—¿Martínez? Oye, soy Paco…
—¿Qué Paco?
—¡De Madrid, coño! ¡El que vino de la central…! ¡El de los puros!
—Perdona, Paco, pero el señor Martínez está de vacaciones.
—¡No me jodas! —Levantando el pulgar para tranquilizar al cabo Juan y sus hombres.
—No vuelve hasta dentro de dos semanas, se ha ido a Playa del Carmen… con la novia.
—Mira qué bien, el jodío… Oye, escúchame, ¿cómo te llamas?
—Clodoveo —Misma explicación que para el resto, el primer nombre que me viene a la cabeza.
—Como te he dicho soy Paco…
—De Madrid, sí, sí.
—Eso, verás, tengo un pequeño problemilla y necesito que me manden con urgencia un recibí —o una factura— de los puros que me dio para el grupo de Tudela.
—¿Una factura? A ver, yo llevo poco en la empresa, pero me da que eso es cosa de Administración, lo que pasa es que se van a las tres.
—¡Me cago en mi puta calavera!
—¿Perdón?
—No va por ti, Clodoveo… es que parecen funcionarios. Oye, ¿y tú no puedes ayudarme?
—Yo, es que estoy de prácticas.
—Ya, ya, ya —Volviendo a restregarse la mano por el cráneo rapado.— Escucha, Clodoveo, ¿y no se lo puedes decir a alguien que esté por ahí?
—Es que ya se han ido todos, estoy solo, mis prácticas son de tres a ocho.
—¡Coño, Clodoveo!
El cabo Juan le señala el reloj a Paco, vamos, para que vaya terminando; este le responde juntando pulgar e índice, como diciendo “dame un segundito”.
—Mira, hazme un favor, que yo me tengo que marchar: llama a Madrid, pregunta por Higinio —Este nombre tampoco es real, misma explicación—, que es mi responsable, y dile de parte de Paco Rodríguez…
—Espere, que tomo nota…
—¡Joder, Clodoveo!
—¿Higinio qué…?
—¡Eso da igual, tú pregunta por Higinio, que allí le conoce todo Cristo y enseguida te pasan con él!
—De acuerdo…, un segundito que lo escribo…, de parte de Paco Martínez que tiene un problemilla, ¿con…?
—Más que un problemilla, un asunto urgente, muy grave, vamos un problemón de cojones. En resumen: ¡Que me llame al móvil! ¿Lo tienes Clodoveo?
—Grupo de discusión…
Paco empezaba desesperarse.
— … de Tudela —Terminó de apuntar el becario
“Con los nervios, creo que escuché hasta la punta del Bic escribiendo sobre el papel”, nos narró Paco con pasión, al tiempo que alzaba el dedo para pedir otra al camarero. “Seguro que tenía hasta la tapa roída”, apuntilló nuestro amigo.
—¿Lo tienes?
—Sí, sí…
—Pues dale… ¡Gracias, Clodoveo!
Paco pulsó la tecla roja de su Erikson, resoplando frente al cabo Juan —era al único del pelotón al que podía mirar a los ojos—, mientras este sacaba una libreta del bolsillo.
—Mire, caballero, seguro que todo esto tiene una explicación, pero de momento le tengo que denunciar por contrabando de tabaco. Lo lamento, es mi obligación, así que nos tiene que acompañar al cuartel de Tudela —afirmó el cabo Juan, sin levantar en ningún momento el tono.
(Continuará)