Prólogo a Los Cuentos Mutantes. Antología de mis textos.

Las cuatro elementas

 

                                  Al hombre se le conoce por las obras que ejecuta,
no por las que piensa.

                        Héctor Hugh Munro (Saki)

 

Conste que pretendí que este texto introductorio, como es habitual en el gremio editorial, lo escribiera un tercero con más relevancia en las letras que yo, pero mi intento fue rechazado por los muchos a los que sugerí la propuesta.

No tengo más remedio que condensar y resumir en esta introducción una obra amplísima, por exigencia del editor al que va dirigido y sus improbables lectores. Estos, firmes defensores de la síntesis, son un grupo que se afirma en el postulado de que la cantidad de texto es inversamente proporcional a la claridad y comprensión del mismo. Si estás leyendo esto, eres uno de ellos. En mi caso, la brevedad va en detrimento de los detalles de una obra de la envergadura de Los Cuentos Mutantes. 

He pretendido, en estas breves líneas introductorias, que aciertes a conocer la evolución del trabajo que presento, que sepas reconocer los matices que contiene y, por último y fundamental, que el prolijo mundo al que se abren los cuentos, más que comprendido por razonado, sea aceptado indistintamente de quien te creas ser, o de dónde pretendas venir, para demostrarme que los cuentos venían contigo, única forma de que me aceptes, a decir de Wittgenstein. Esa pretensión me ha llevado a rogarte que realices, al final, el test comprensivo que adjunto, no vaya a ser que no lo hayas pillado, y, en este caso, tengas que volver a leerlo.

Los cuentos han sido realizados por mi (en adelante, El Autor) en un periodo indeterminado, pues no acostumbro a fechar los trabajos, que tampoco firmo; pero que se inició próximo a los veinte años, pues recuerdo haber comenzado a escribir para celebrar haberme librado de la Mili, por su extinción. Lo que empezó como un juego, por un estado de júbilo inesperado y puntual, se trasformó pronto en obsesión por su método. El método, usado por otros antes que yo, lo comencé fruto de la duda; con el paso del tiempo, solo la duda lo fue construyendo. Como digo, en aquella época, me introduje en la escritura coincidiendo con la aparición en mi vida del Editor de Textos, pues sin el concurso de este artilugio no hubiera sido capaz de escribir el más mínimo párrafo. Mi profunda dislexia, la misma que me arrojó del sistema académico, me impedía escribir, y este recurso providencial —al loro con las providencias: la Mili, el Editor de Textos… Causalidad pura—, con sus mágicas correcciones ortográficas, me ponía a la altura de los literatos que en mi adolescencia tardía conocí, muy a su pesar.

La saga de cuentos comienza, como empieza todo, por el principio. Y en este, un pequeño cuento de no más de seis folios en letra de generoso tamaño, están todos. No convencido de la valía de este primer texto lo abandoné en un cajón, del que lo recuperé al cabo de cierto tiempo. En el rescate observé la posibilidad de mejorarlo, de darle acierto literario. Enojado por la búsqueda del acierto en lo inusual y sublime que en la relectura del texto no encontraba, sí vi la posibilidad de, partiendo de él, mejorándolo, conseguir aportar otro enfoque y más altura. Terminada la revisión, como la transformación lo había hecho, no sé si más excelso, pero definitivamente otro, y más esbelto, guardé los dos y dejé pasar el tiempo antes de volver a revisar el segundo. En esa época, la depredación sexual, propia de la edad, me tenía en otros menesteres y, aunque intenté usar lo uno para lo otro (ligar con los textos), no tuve mucho éxito por mi reciente ocupación en estos, supuse.

Cuando al segundo volví, enciscado en otras amenazas y desafíos (¡siempre fui muy voluble!) recalé, como en la vez anterior, en ciertos detalles que, al introducirlos, dio nueva forma a este segundo cuento, marcando un tercero con otros giros, otras afirmaciones e incluso recursos, y también resultó más preciso y escueto. Con este método, con el tiempo, he producido de forma reiterada cambios en el texto. En paralelo a mi vida, pues, mientras el texto se simplificaba y resumía, mi vida se complicaba empinándose: dos divorcios, tres hijos, infinidad de trabajos y un futuro menos que incierto. El tiempo fue adelgazando los cuentos, que en la dieta introducían el sentido de todos ellos; con el paso del tiempo, las transformaciones fueron incorporando nociones que se encontraban en la primera versión y que el acomodo matizado en una y otra mutación hasta la última dieron con la síntesis de la obra, que no tiene texto. Y esta es la obra que presento, no dudando de su éxito y buen criterio, una novela barata, fácil de leer y recordar, que en sí recoge todos mis textos sin exponerlos.

 

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