Querida amiga:
He estado esta noche sumido en tu fragancia, cavilando delante de la botella que te contiene.
No sabía muy bien cómo abordar mi dilema. El agua se me hace tan serena que me turbaba la idea de beberte; rozaba con mis labios tus caderas y el satinado plástico me trasmitía tu carne estremecida; tus sinuosas formas se desdoblaban en pliegues tortuosos que abrían tu figura en profundidad y en superficie; el anhelo cuajaba mis ojos y ellos, conteniendo los tirabuzones en los que te revuelves, rompían con la virtualidad de la sombra y se asemejaban a la carne en la que mi deseo se iba convirtiendo en pasión.
Traspasada la frontera en la que los puentes no sirven, pues te siento en desborde, todo eran ganas de atracar mi nave en desarbole, al cobijo de tu cuerpo, ahondar en tu acuático espacio, desplazar mi quilla como los tentáculos de un pulpo dislocado, absorbiendo con sus ventosas cada poro externo, deleitado con tu jugo sin beberlo, para convertirlo en eterno.
Todo eran ganas de posar mi cubierta en tu calma hasta trocarla en galerna de éxtasis jovial y confiado, cosquilleo emergente que busca saciarse en el extremo, donde el mar se pierde, donde el viento se vuelve, donde explota el sentimiento, en la zona oscura en la que no nos sentimos yo, abandonados al sueño que real sentimos dentro, y somos todos los que fuimos, e incluso los que seremos.
Al tiempo. Los éteres de azafrán dispersos en la alcoba abrazaban mi entusiasmo como se abrazan los amantes adolescentes, sin medida ni maña, sintiendo. Me azuzaba el abrazo a la búsqueda del acomodo perfecto, el encaje adecuado, la fusión de los cuerpos. La fusión de las aguas.
Se oían gritos en el silencio de la empapada botella, llevando mi curiosidad en el sueño a sellar con mis labios los tuyos, y beber tus sensibles jadeos, sorber en la fricción de unas lenguas inventadas, más sedosas, lúbricas y confortantes, tu aire. El aire del agua que me sacia, como todas las carnes que recuerdo fallaron en el intento. Sellar tus labios con besos y reclamar el silencio, silencio necesario para oír el rugir del cuerpo abierto, solícito, cómplice, juguetón y fresco.
Ansioso de abrirte el deseo, mi quilla se clava en tus aguas, horada el camino perfecto, aquel que derrama los bordes, labios que se expresan en verso, musitan palabras soeces, expresiones prohibidas, sonidos que arrollan, atrayendo hacia dentro, para hacernos uno y gozar en el intento.
Como verás no he pegado ojo… he pasado la noche en vela; pero creo que ha merecido la pena.