Querida amiga:
En el principio fue el Verbo. Pero recuerda que el Verbo se hizo Carne y la Carne es Agua. Te sintonizo en términos heurísticos, a un lado y al otro de este canal que nos percibe, saltando pantallas, teclados, cables, susurros, timbres, campos de distancia. En ese eje me planteo versos para allí, desde aquí, y así me construyo en estos espacios intermedios de las redes y los sharing.
¿Por qué tú? No por que seas rubia. Ni por desenroscar el frasco de esencias y el vértigo de las cajas de Pandora.
Podría haberlo dedicado a otros poetas difusos; al cantor del valle y de la luna, al chamán de cultos orientales, a los épicos, a los distopicos, a los mayestáticos, a los incapaces, a los patéticos. Pero acudiste tú y sé que esto no es fácil de explicar.
Por eso te lo cuento, con la improbable ambición de que lo leas:
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Sé agua.
Siéntete agua.
Derrámate, zambúllete,
no necesitas respirar
solo el agua es necesaria,
refréscate, deslízate.
Profundiza hasta estados abisales,
envuélvete en las ondas
deslízate suave y untuosa,
vuela en la espuma,
retuerce tu cuerpo en la figura necesaria.
Siente fluyendo en el fluido,
cascada que salta sobre riscos desbordante,
sinuosa en lagunas con nenúfares y puentes verdes,
abrazando navíos en los mares del sur,
naves piratas que hermanan sus cascos con tu ser,
tifón que me arrastra de sitio ignorado a ninguna parte.
Te sientes tan agua que ya no añoras la carne, esa tan prescindible, al parecer.
Eres agua, tan agua, que incluso podrías estar embotellada.