Pequeña ráfaga de difuntas

La Llorona

 

Hacía tiempo que no veía a María Posa, mi amiga la rara, llamada “Mariposa de las tumbas” por su amigo necrófilo Santos Losada. Me la encontré ayer, día de Difuntos, por las callejas del barrio antiguo, pálida, fané y descangallada. Me contó que uno de estos días lúgubres se hallaba sufriendo ligeras molestias provocadas por la vacuna de la gripe, cuando notó un escalofrío en la espalda más intenso que los otros. Miró a su alrededor por si algo había cambiado en el mundo que la rodeaba, o si acaso se había hecho presente alguno de esos fantasmas que enfrían el ambiente que los rodea. Quizá su pequeña batalla viral se estaba poniendo más hijoputa por momentos o había cogido el temible Coronavirus que nos asuela desde hace meses.

Nada de eso. Lo único digno de interés era que en la radio habían dejado de parlotear sobre las elecciones yanquis y sonaba La Llorona cantada por Chavela Vargas. Nunca había oído María cosa igual, que la afectara tanto, aunque conocía la canción e incluso algunas de sus más de trescientas coplas. Escuchó y oyó como si fuera por primera vez:

No sé qué tienen las flores, Llorona,

Las flores de un camposanto,

Que cuando las mueve el viento, Llorona,

Parece que están llorando.

 

Ay de mí, Llorona, Llorona,

Llorona, llévame al río,

Tápame con tu rebozo, Llorona,

Porque me muero de frío.

Y muchas más, que le llegaron al fondo del alma.

¿Quién cantaba y a quién con aquel tremendo sentimiento femenino? —se preguntó—. ¿Quién era aquella misteriosa Llorona? A partir de ahí su mecanismo depredador de lo fantástico se puso en marcha apasionadamente. Oyó por YouTube decenas de Lloronas: de Chavela Vargas, de Angela Aguilar, de Aída Cuevas, de Natalia Lafourcade, ¡hasta la un poco gangosa de Rosalía…! Se hizo con la Tesis Doctoral de Rosa María Spinoso, de la Universidad de Málaga, que leyó de cabo a rabo perseverando incluso en las escabrosidades académicas. Vio copias de las películas de Las Lloronas, desde la de 1933 hasta la soporífera de 2019 en la gran pantalla de su ordenador. Movilizó a sus queridas amigas y amigos mexicanos en Facebook, pero todo fue en vano. Ninguna información podía dar cuenta del porqué de su estremecimiento ni de su misteriosa fascinación. Decidió dedicarse en cuerpo y alma a desmontar aquella sombra.

Su interés por La Llorona, su pasión no se ha calmado y, conociéndola, sé que no se calmará fácilmente. De alguna manera se siente dueña de un nuevo fantasma que la enloquece.

Como buena atea, tiene una intensa vida espiritual. Me dice que a partir de ahora se encierra en su castillo de huesos y abandona de momento sus lánguidos paseos por el Mercado Central.

Os tendré informados de sus aventuras, si el Gran Consejo de la Charca me lo permite.

 


Más artículos de Pedraza Pilar

Ver todos los artículos de