Nobleza obliga

Ultramarinos y coloniales


Yo soy tremendamente clasista, pero no en el sentido normal del término. Soy clasista tan solo dentro de la escala nobiliaria. Creo firmemente que de conde para abajo todos son de categoría inferior. Si he de comunicarme con ellos, evito el contacto directo y mando recado con la servidumbre. Tampoco aguanto a la nobleza de nuevo cuño, a esos hidalgos de medio pelo, como los que fueron nombrados a dedo en el Siglo de Oro, los llamados hidalgos de bragueta, de los que nos ocuparemos en seguida.

Sabemos de buena tinta que no es oro todo lo que reluce y que algunos llegaron a la categoría de hidalgos gracias a la Reconquista, siendo recompensados con una serie de privilegios, entre ellos el de «no pechar», es decir el de no pagar impuestos a la Corona. Otra de las prebendas que podían alcanzar era la de evitar ser ahorcados en caso de ser castigados con la pena de muerte, sustituyendo esa condena típica de gente de baja condición por la de decapitación.

Sin embargo, a pesar de la aparente situación de privilegio, se podía ser hidalgo y a su vez pobre o casi pobre, con pocos bienes. No todos nadaban en la abundancia (véase por ejemplo el caso de nuestro Alonso Quijano). Mientras algunos vivían de sus tierras y rentas, otros tenían que recurrir a alistarse en el ejército y no faltaban allí los hidalgos de bragueta. Su estatus consistía en estar en situación de demostrar el haber engendrado siete hijos varones seguidos en legítimo matrimonio, con ello se le extendía el documento de hidalgo, aunque el afortunado que se iba a librar del fisco fuera pobre y totalmente analfabeto. Venía a ser una especie de premio a la natalidad de aquellos tiempos. Y, sobre todo, una manera de asegurarse brazos fuertes que llevasen armas en tanta batalla como se libraba entonces. Eso es lo que explica el elevado número de hidalgos en la España del siglo XVIII (unos seiscientos mil, en un país de poco más de nueve millones de personas). Otra cosa es que a la gente de linaje de toda la vida le hiciera o no gracia codearse con esta «nueva nobleza», en muchos casos sin oficio ni beneficio, de ahí la denominación despectiva acuñada especialmente para ellos.

En España se desarrolló durante la Edad Moderna una auténtica obsesión por la hidalguía. Alcanzar esa situación era para muchos una gran meta. La novela picaresca nos ofrece con frecuencia la estampa de personajes que eran capaces de dejarse morir de hambre antes que sucumbir a la «villanía» de trabajar con sus manos. Muchos burgueses, enriquecidos con las transacciones mercantiles, soñaban con alcanzar esa posición social de prestigio. Algo que pasaba no sólo en España. En Francia, el gran Molière inmortalizó al personaje presuntuoso en la obra El burgués gentilhombre. A mediados del siglo XVIII entró en decadencia esta categoría social poco acorde con los nuevos tiempos, hasta que llegó a desaparecer del todo al entrar en el siglo XIX.

En nuestro país tuvimos también esos títulos creados por Franco para premiar los servicios prestados durante la guerra. ¿Hay algo más patético que ser conde de FENOSA? Un cateto de libro es lo que fue el generalísimo, con esa vocecita atiplada y esos ademanes, entre cura y sargento decimonónico, con el fajín por encima de la barriga, repartiendo cargos a diestro y siniestro como si fueran caramelos. De esta forma, nos hemos ido llenando de advenedizos, de impostores, de gente de baja estofa presumiendo de títulos. ¡Un insulto a los que venimos de antiguo! ¿Dónde dejamos la clase, la tradición, el abolengo…?

Al general Mola, golpista como él, le concedió el título de Duque de Mola.

Al general Queipo de Llano, autor de importantes estragos en Sevilla, el título de Marqués de Queipo de Llano. Y eso que ambos no se tragaban. El de Tordesillas llamaba a Franco Paca la Culona.

Al general Yagüe, más conocido como el carnicero de Badajoz, tristemente famoso por la matanza de miles de civiles, el título de marqués de San Leonardo de Yagüe.

Al falangista Onésimo Redondo, el de Conde de Labajos.

A Pilar Primo de Rivera, delegada nacional de la Sección Femenina, el Condado del Castillo de la Mota.

A Pedro Barrié de la Maza, fundador de una compañía eléctrica, el de Conde de FENOSA, o sea: «Conde de las Fuerzas eléctricas del Noroeste». Manda huevos. Si no fuera ridículo, hasta tendría su gracia. ¿Se imaginan otros títulos nobiliarios parecidos como el Marqués de ENSIDESA, el Duque de Azucarera Española, o el Conde de Mercadona? Como poco suena cómico, casposo y paleto.