Dalmau Riba i Almirall, taxidermista y patriota melancólico

Vidas ejemplares


Con un compás de madera, Dalmau Riba trazó un círculo de diez centímetros de radio encima del mapa catalán. Clavó el puntero en el centro de su ciudad natal. Luego analizó lentamente las poblaciones sitas en el perímetro de la circunferencia. Había llegado el momento de cambiar su residencia y establecerse en un lugar rústico, rodeado de naturaleza y gentes auténticas. Dalmau lamentaba la llegada de forasteros con idiomas bárbaros y sin amor a la tierra. Ansiaba el exilio interior.

Así fue como dio con lo que podría ser el villorrio ideal: Sant Ferriol d’Entremont, entre bosques y riachuelos. Consultó la historia del lugar en la “Enciclopedia Nostrada” y se fue convenciendo de las bondades que prometía el enclave revelado por el trazo del compás. Le dedicó un pensamiento a Eratóstenes y otro a Don Enric Prat de la Riba, de quien gustaba sentirse descendiente, aunque sin evidencia alguna. Se presentó en el pueblo un martes por la mañana y se sacó un selfie ante el rótulo de la entrada del pueblo, foto que luego le sirvió a la Guardia Civil para situarle en el lugar del crimen.

Dalmau alquiló un piso modesto. Se instaló con austeridad: un colchón, una manta, una silla, una mesa. Y su maletín de trabajo. Dalmau llevaba cuarenta años ganándose el pan con su oficio de taxidermista. En el mundo globalizado, los encargos le llegaban de todas las partes del planeta con la misma facilidad en Sant Ferriol que en Berlín, Barcelona, Baracaldo o Don Benito (por nombrar algunos de sus lugares de residencia). Cuando el trabajo flojeaba, él mismo se procuraba algún cadáver para disecar y no perder la destreza. En Sant Ferriol se hizo con un pato del estanque de la plaza del ayuntamiento, amén de un perro viejo y solitario.

Aunque era un tipo taciturno y huraño, Dalmau entabló algunas relaciones en Sant Ferriol. Solo las justas y necesarias: el dueño del colmado, la farmacéutica y el párroco, cuyos negociados satisfacían todas sus necesidades. Fue justamente la farmacéutica quien le puso sobre aviso: “No se piense que es usted el único forastero: poco antes llegaron una familia rumana con tres niños y una pareja peruana, aparte del negro que pastorea las cabras del señor Dalmases i Borràs, y que lleva unos días molestando a todo el mundo preguntando si han visto a su mastín. Por suerte, usted es del país y de los nuestros. Usted es de confianza”.

Algunos días más tarde de esta conversación en la apoteca, apareció el coche de la Guardia Civil. El subsargento Alegre estuvo haciendo algunas preguntas que nadie supo responderle. Dalmau vio el vehículo desde la ventana de su piso y se interesó por el asunto con Just Ribó, el de los ultramarinos. “Por lo visto el pastor negro lleva muchos días desaparecido y alguien encontró su zurrón abandonado en la Font de les Ànimes. Las ovejas del rebaño andan descarriadas: uno no se puede fiar de esa gente. ¿Le pongo la Ratafía de siempre, señor Riba?”

Algunos días más tarde desapareció la pareja peruana. Luego, el hijo menor de los rumanos. La Guardia Civil no tardó en detener a Dalmau Riba, en cuyo piso se encontraron los cuatro cuerpos perfectamente disecados en posturas infames, reproduciendo la escena de algún ritual primitivo y blasfemo. Dalmau aceptó la detención sin rechistar, pero les suplicó a los agentes que apreciasen la perfección del trabajo, esa ejecución tan brillante.

En prisión, Dalmau Riba i Almirall escribió algunas obritas publicadas en Amazon Libros, ensayos breves y llenos de fervor y poesía, pero no exentos de melancolía. “La pàtria nostra maltractada” (2012), “De fora vingueren que de casa ens tragueren (narració en vers iàmbic català)” (2017), y por fin el tratado que le convirtió en autor de culto: “Preservar las esencias nacionales mediante la taxidermia entendida como una de las Bellas Artes” (2020). En 2021, un preso de la cárcel de Quatre Camins le asestó un puñetazo en el hígado cirrótico que le condujo a la muerte tras una semana de agonía. Según relató el alguacil, las últimas palabras del poeta taxidermista fueron: “Solo lamento no poder disecarme a mí mismo y exhibirme como el último mohicano catalán”. Sus seguidores, que son legión, todavía hoy andan descifrando y debatiendo la referencia a los mohicanos.