Vivir solo es poner a prueba tu cordura cada día. Levantarte entre sueños enmarañados que te acusan de algo inconcreto, poner la radio para comprobar que hay gente ahí fuera, desayunar un café amargo que te despierte los sentidos, contestar en voz baja a los comentarios del artista de turno que se explaya en las ondas con su nuevo libro o disco, mirar el móvil por costumbre sin esperar nada, quizás una respuesta a un post como este, una botella con un mensaje al mar de los solitarios. Porque no hay nada más solitario que un móvil. Es un láudano que adormece tu realidad y la mezcla con otras realidades paralelas, a veces convergentes, casi siempre divergentes con el tiempo. Gente que desaparece, gente que no esperas, gente que conoces de años y nunca has visto ni verás. Me cuesta mi realidad real, la virtual es un juego que nunca acabas y en el que nunca ganas. No hay metadona para esto, o te vas o te quedas. Y siempre hay excusas para quedarse. Que si escribo cuentos, que si pongo citas guays, que si subo fotos…
Mal día domingo tarde para pensar. Mañana las buenas intenciones incumplidas sistemáticamente y esta madrugada los sueños confusos de siempre.