La sombra de la duda

Entre líneas




Mientras paseamos por el bosque, el silencio inunda el espacio; los tonos malva del cielo han quedado atrás y, aunque oscurece, no dudamos en seguir caminando hacia el arroyo.

Dime un lugar donde vivir hasta el fin, me dices así, sin más, y me viene a la cabeza que los japoneses se declaran el amor así, deseando morir juntos. Me lo tomo como una declaración. Hace tiempo que añoro palabras de amor como esas.

No sé si importa mucho el lugar donde vivir, te respondo. De los lugares se acaba siempre huyendo a la búsqueda de otros lugares donde detenerse, con la esperanza de ser más felices. 

Nosotros nos detuvimos aquí hace tiempo, aunque no tuvo nada que ver con la felicidad, porque la felicidad es como el éter, nadie sabe dónde empieza y dónde acaba, ni si va o viene o tan solo es bruma en el horizonte.

Fue en el bosque, un día de otoño. En otoño las sombras se alargan porque el sol queda bajo y dibuja las figuras más esbeltas. Andábamos procurando no pisar nuestras sombras, esas manchas oscuras que a veces nos fascinan más que nuestro propio cuerpo.

De repente se oyó un susurro parecido a un lamento, un sonido remoto que te recordó al sonido del silencio, como si el silencio se pudiera oír. 

No era el silencio: habíamos pisado nuestras sombras y, cuando eso ocurre, ya no hay vuelta atrás, la sombra de la duda se apodera de la vida y algo en el camino se tuerce para siempre.  

Desde entonces, a veces, la sombra aúlla, como aúlla un lobo que ha capturado su presa. Pero ese aullido no es más que música, la música con que se viste la naturaleza cuando la duda nos invade, o cuando nos quiere proteger.

Tal vez por eso el sonido del bosque es ya el sonido de nuestro mundo, somos hoja, jungla o polvo en el camino. Nuestro lenguaje son las nubes, la sombra, el viento y apenas nada más.
Imagen @Miles_art


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