Dentro de esa densa selva de pelo vivía el Dientes Pelúos, gitano de raza, académico caló. Me lo explicó claro.
-Mira, Carlos, en este mundo rigen tres leyes: la Ley de los blancos, la Ley de la Cárcel y por encima de todo la Ley Gitana. No hay más. No te preocupes por la primera, lo peor que puede pasarte es que te metan en prisión y entonces te joda la Ley de la Cárcel, mucho más dura, pero que solo se aplica allí dentro. De lo que tienes que preocuparte es de la Ley Gitana, que es implacable y llega siempre. No hay cárceles ni huida que te libre de ella. Si la Ley Gitana te sentencia estás jodido, tú y tu familia. Tú eres buena persona y no tendrás problema ninguno: no te acuestes con nuestras mujeres, no te pelees con nuestros hijos y ni se te ocurra mirar en los huecos de los árboles donde guardamos la droga. Pero, sobre todo, no seas membrillo. Ser un chivato es lo peor que se puede ser, peor que ser un asesino de niños o un violador, pues de esos se encarga la Ley de la Cárcel. Pero los chivatos… los chivatos, no, Carlos. Esos merecen sufrir. Es sencillo, puedes hacer lo que quieras pero las consecuencias se pagan. No le des más vueltas, acábate el porro tranquilo y devuélveme los doce gramos y medio de costo que has pillado del árbol. La droga siempre es de alguien, aunque esté tirada por ahí. Y vete tranquilo, que no pasa nada hasta que pasa.
Hace ya veintitantos años de esta conversación. Ya no vivo en el barrio. No sé dónde andará el Dientes Pelúos. Le cuento estas cosas a mi terapeuta, pero creo que no entiende nada ni de las leyes ni del barrio ni de nada. Yo tampoco entiendo nada, cada vez menos. Las cosas no pueden ser tan sencillas, ¿o sí?