Imagina la cera caliente…
Observa cómo cae derretida
por la superficie templada de la vela.
Muévela y apágala y tuércela
hasta que su temperatura descienda.
Aún tibia, presiona suave
para modelar y trastocar el resultado.
Cuando enfríe, observa sus formas,
acaricia sus sinuosidades congeladas.
Medita hasta qué punto
esas volubles incisiones
se parecen a tus pesares.
Sopesa cómo tu pena
ha podido transformar
tu culpa en belleza.
¡Esculpe las velas!