«En todo amor hay por lo menos dos seres, y cada uno de ellos es la gran incógnita de la ecuación del otro.»
Zygmunt Bauman, Amor líquido
Hoy he encontrado sentada en mi lugar preferido bajo las bóvedas de la Biblioteca de las Aguas a una chica hermosa que no había visto nunca, sus libros y apuntes son de estudiante de medicina; faltan pocos días para San Valentín y pienso que es una buena ocasión para enamorarse.
Me siento a su lado y le digo: «hola»; ella me saluda con un leve movimiento de cabeza y también me dice: «hola». Al cabo de un rato le pido un bolígrafo, le muestro que el mío no escribe; me presta uno con una mirada a los ojos que me sorprende y que me anima. Luego le pregunto por la hora; coge el móvil, activa la pantalla negra, y me dice que son las once y media; le contesto: «muchas gracias».
Después le comento que si se ha fijado en las bóvedas de ahí arriba; levanta sus grandes ojos y me lo confirma con otro leve movimiento de cabeza; le digo que entre nosotros y las bóvedas hay doce metros de altura y que soy estudiante de arquitectura; le enseño mis apuntes de caminos, canales y puertos; ella me enseña sus apuntes de cardiología. Me digo: «debe de ser una experta en palpitaciones del corazón y, como se acerca el día de los enamorados, sabe que los corazones laten locamente y que el amor está a flor de piel».
Me acerco a ella y le pregunto si ha leído El Arte de amar, de Erich Fromm y, entonces, se gira bruscamente y con una mirada feroz me dice:
—¡Nano, yo he leído Amor líquido, de Zygmunt Bauman!, ¡guarda silencio, artista del amor, que tengo un examen esta tarde!
Miro los doce metros de altura de las bóvedas y pienso que mi corazón ha actuado más rápido que las neuronas; me levanto ruborizado y me voy a otro lugar de la biblioteca.
En el espacio contiguo me encuentro a Milán, compañero de arquitectura, y le pregunto:
—Milán, ¿tú has leído Amor líquido, de Zygmunt Bauman?
—Sí, Pau, es un libro que trata de la fragilidad del amor, Bauman dice que el amor es como un préstamo hipotecario a cuenta de un futuro incierto e inescrutable, pero ¡hala!, ¡espabila!, ¡que se acerca el día de San Valentín!
—¡Y qué! —le contesto.
—Pues que las personas sin pareja —me dice— pueden sufrir depresiones cuando se acerca el día de los enamorados, la falta de amor es lo que tiene.
—¡No es para tanto! —le contesto.
Y me voy a otro espacio de la Biblioteca de las Aguas pensando en lo que escribió Erich Fromm en las primeras líneas de El arte de amar: «¿Es el amor un arte? En tal caso requiere conocimiento y esfuerzo. ¿O es el amor una sensación placentera, cuya experiencia es una cuestión de azar, algo con lo que uno tropieza, si tiene suerte?»