La sangre con letra entra

Azufre para las llagas


Cuando tu profesión es tan estresante como la mía, necesitas momentos en los que tu mente limpie de su recuerdo ciertas imágenes. Leer siempre ha sido para mí una vía de escape: admiro la capacidad de los escritores para transportarte en apenas unas páginas al otro lado del mundo, traspasar líneas imaginarias del tiempo o emocionarte con un par de verbos y unos adjetivos. Pero lo que nunca me imaginé fue el conocer a alguien como Sam. Era la criatura más bella y sensual de cuántas haya conocido. Tenía un imán para captar la atención de la gente, como esos vampiros brillantes de película que daban saltitos de rama en rama. Su pelo azul, los tatuajes cubriendo cada poro de su piel y sus inmensos ojos verdes adelantaban su presencia mucho antes de que ella apareciera.

La conocí en Barcelona. Yo había llegado la noche anterior a la ciudad por un trabajo demasiado fácil y aburrido, así que, terminado el encargo, decidí quedarme un día más en el hotel de cinco estrellas que pagaba la organización. Con la última novela que estaba leyendo, bajé a la coctelería y me senté en la barra. Pedí un dry Martini y me preparé para viajar a Francia de la mano del maestro Dumas.

—Una lectura algo compleja para un viernes por la tarde, ¿no le parece?

Levanté la vista y quedé atrapado en los ojos de gata de Sam. Un segundo después, sus pezones me saludaron como dos flechas directas a mi entrepierna.

—Interesante, más que compleja. 

Sam dejó un libro, con su foto en la contracubierta, en la barra, junto al mío. El título llamó mi atención: «La sangre con letra entra». Me giré hacia ella y tomé el libro. La portada mostraba un cadáver en medio de un charco de sangre, junto a una pluma estilográfica.

—Compruebo que no solo le gusta la ficción, sino que también la crea. ¿De qué trata?

Con un movimiento felino, ella pidió al barman una cerveza negra y se sentó a mi lado.

—De un profesor de universidad que se convierte en asesino por las noches y mata por placer sexual. 

Antes de que terminara la frase yo ya estaba viendo brincar a los vampiros brillantes por cada una de las páginas. Solté el libro en la barra con decepción.

—Entiendo. Supongo que, para cierto tipo de edad, esas historias resultan atractivas.

Sam acercó su taburete al mío, se contoneó hacia mí y abrió las piernas, encerrándome dentro. 

—La muerte resulta atractiva para cualquier edad, señor Montenegro —Enarqué una ceja—. He escuchado al camarero llamarle por su apellido cuando le servía su copa. La gente de mi edad —remarcó— somos muy observadores.

Aguanté las ganas de lanzarme a su cuello. Su olor me estaba volviendo loco, exhalaba peligro.

—Luca —extendí la mano.

—Yo soy…

—Sam Novack. Un pseudónimo que esconde, a juzgar por su acento, un nombre gallego más bello. Cuando he entrado, usted estaba sentada dos mesas más atrás, junto a la columna acristalada. Fuma, aunque lo está dejando y, a pesar de que todo el mundo se ha fijado en usted, estaba deseando que entrara alguien con el que poder mostrar sus dotes de seducción. —Me acerqué a sus labios tentadores y sonreí—. La gente de mi edad, señorita Novack, también somos buenos observadores. 

Sam alargó la expresión de sorpresa y agrado durante unos segundos. Luego dio un trago a su cerveza y lamió con intención la espuma que le quedó alrededor de los labios. 

—Ya veo.

—Debe ser muy difícil escribir una historia que tenga sentido y atrape a los lectores —comenté para alejar los pensamientos que envolvían zonas de mi cuerpo que no debían activarse.

Ella me miró por encima del hombro.

—Escribir sobre ficción es fácil, lo difícil es conseguir que parezca real.

—¿Y usted lo consigue?

—Eso dicen… 

Inclinó su cuerpo hacia atrás y me señaló con la mirada la larga cola de personas que esperaban, con su libro en brazos, a que las puertas de la sala contigua se abrieran y Sam comenzara a firmar. Entre hombres y mujeres, la media de edad superaba los cuarenta. Puede que no hubiera vampiros brillantes en esas páginas.  

—Dicen que cada autor dispone de un método para buscar y tratar la información, si no es indiscreción, ¿cuál es el suyo para conseguir que unos asesinatos parezcan reales?

—Probarlos antes.

Reconozco que aquella respuesta no me la esperaba. Ella disfrutó de mi reacción y se acercó a mí.

—¿Cómo si no sabría hacia dónde salpica la sangre cuando le aplastas el cráneo a un peregrino? O ¿cómo acertar con el corte que hiera mortalmente a un joven ciclista pero que lo deje agonizando durante horas tirado en una carretera secundaria?

Recordé esos dos casos ocurridos en Galicia el año anterior. La policía no daba con la pista de aquel asesino escurridizo que no había dejado ninguna huella. Fijé mi mirada en la suya, o Sam era una psicópata muy lista o demasiado arriesgada y tenía a la policía tras sus pasos. No podía arriesgarme, era hora de despedirme de ella. Pagué mi copa y su cerveza y recogí mi abrigo. Ella abrió su libro por la portadilla y sacó un bolígrafo.

—No creo que sea inteligente escribir sobre lo que uno hace, aunque espero que tenga mucha suerte. Ha sido un placer conocerla.

—Por eso, nunca lo transcribo de forma literal. —Se levantó de su asiento, me tendió su libro y me dio un beso húmedo en los labios—. El placer ha sido mío.

Salió de la coctelería brillando como una estrella y, en cuanto la marea de gente la reconoció, todos se agitaron como poseídos por alguna extraña droga africana. Antes de volver a mi habitación para hacer la maleta, leí la dedicatoria que había estampado en su novela: 

Mi próximo libro trata de un sicario que se sorprende al conocer a una joven escritora que asesina para documentarse. Mi nombre es Noa. Espero que me guarde el secreto.

Fue número uno de ventas durante cinco meses seguidos.

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Consejo número seis: Los escritores son animales exóticos y nunca sabes qué pueden estar pensando. Si conoces a alguno, vigila tus palabras y tu espalda, puede que estén en la fase de documentación de su próxima novela.