Descendieron a través de la rampa. Aquello parecía no tener fin y ella empezó a sentirse mareada, sin embargo, no dejaban de ahondar en aquel aparcamiento público.
—Cariño, ¿crees que vamos bien? —Él sonrió.
Tras 26 minutos llegaron a una superficie apuntalada por columnas negras. Avanzaron lentamente en busca de plazas libres hasta que las luces de los faros hicieron visibles a varios conductores, a algunos copilotos, anormalmente rígidos. Asustados, decidieron que era mejor volver, pero para entonces la rampa se había esfumado.
Ahora ellos también tienen una plaza fija asignada y jamás han vuelto a tener problemas de aparcamiento.