Hortensia (1966)

Retales

 

Hortensia es fina, alta, escuálida. Se sostiene sobre sus dos piernas enfundadas en unas medias que asoman bajo la falda y que no dejan adivinar si sus piernas son tan blancas como su cara.

Luce una melena revuelta de rizos que se detiene alborotada por encima del cogote. Lleva un pañuelo, muy bien doblado, alrededor del cuello como si temiera coger un aire.

Deja entrever una mirada lánguida llena de destellos, llena de deseos, detrás de unos ojos redondos, algo saltones, ciliados por unas pestañas finas, rizadas, que los enmarcan.

Es joven, una joven profesora de Física.

Mira a sus alumnas como seres etéreos y se pregunta si ellas también querrán ser libres, ajenas al dominio masculino. Y las ve, las ve como mujeres en un mundo de hombres.

Pero Hortensia no es feminista. Hortensia sostiene que el hombre y la mujer no son iguales, es más, no deben serlo, que deben luchar juntos, no los unos contra otros, que en realidad se complementan.

Hortensia afirma que la mujer no debe someterse, que debe ser autosuficiente, ganarse su propio pan y no depender nunca jamás de otro. Ese es el precio de la libertad.

Mira por enésima vez a sus alumnas y distingue a las arrogantes, las sumisas y las libres. No quiere juzgarlas. La vida les deparará aquello que se ganen.

Les insta a profundizar en el movimiento del choque inelástico.

Oculta su vientre, signo inequívoco de su incipiente embarazo. Una lágrima asoma. Se pregunta si lo que lleva dentro le hará desistir de su libertad. No lo quisiera.

Atiende al reloj. Suena el timbre. El final de la clase la saca de sus pensamientos y abriendo el libro manda los ejercicios para el próximo día.


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