“La biografía de alguien que vistió siempre un traje equivocado.”
Enrique Vila-Matas
De aparente simplicidad, Stoner ha sido tildada de obra maestra pese haber sido ignorada largo tiempo. Publicada por primera vez en 1965, no fue hasta décadas después que su reedición obtuvo, entonces sí, la atención que merecía este libro que, con traducción de Antonio Díez Fernández, reposa en mi gabinete desprendiendo la luz infrecuente de los buenos hallazgos.
La obra nos cuenta la vida de William Stoner, un hombre de Missouri de origen humilde y campesino, que consigue llegar a ser profesor universitario y que nunca acaba de rebelarse contra una inercia que tiene mucho que ver con la resignación, como un Ángelus de Millet hecho a medida de su torpe inacción, llena de renuncias que acaban en una anodina existencia malbaratada, como si la vida fuera algo a lo que sólo podemos enfrentarnos con empecinada y mediocre mansedumbre.
Y tal vez ahí es donde reside la grandeza de esta novela en la que John Williams nos describe una vida echada a perder, pero que acabamos comprendiendo aunque sea con rabia. Una vida desaprovechada por una cobardía con la que cualquier ser humano tropieza una o más veces. Por ello Stoner es un personaje al que acabamos queriendo pese a sus errores y temores. Quizás porque en Stoner vemos también el espejo en el que a veces no desearíamos habernos reconocido.
Para exhumar el poema de sus páginas resto al año de su primera edición los casi cincuenta años que permaneció en el olvido, obteniendo 1915. Y 1+9+1+5=16. De modo que de la página 16 y de sus sumas (16, 32, 48…) tomaré del renglón decimosexto un verso. El título del poema son las dos primeras palabras de la novela y el último lo forman las últimas de la misma.
William Stoner
Aferrándose
lo sabemos bien.
Su voz suave y débil
al cruzar la entrada
pulcramente doblada
sí
débilmente hosca.
Ni siquiera nos miraba.
Lo hizo hoy
ralentizar sus movimientos
(abril, casi mayo).
Con esa indiferencia
más joven
cerró sus ojos
en el silencio de la habitación.