Todo recuerdo es siempre un palimpsesto, toda evocación un espejismo.
Antonio Rabinad
Calificado por Manuel Vázquez Montalbán como un escritor outsider, Antonio Rabinad es uno de esos autores que deben reivindicarse. Pertenece a la generación de Gil de Biedma, Marsé y Carlos Barral, entre otros. Precisamente este último es el autor de la introducción a la edición de 1987, donde afirma que la prosa de Rabinad ha pretendido siempre la desnudez moral, “un mundo del que no quiere asumir ni el orden ni las leyes de la decadencia y del progreso”. Como afirma el propio autor en una entrevista realizada por Francesc Bombí-Vilaseca en 2005, “Hablo mal de los unos y de los otros, no tengo ninguna tendencia, soy absolutamente imparcial, como las bombas”.
Así no es difícil hallar este escéptico desencanto en la obra que nos ocupa, donde su protagonista, Zoilo, presintiendo su próxima muerte, nos hace partícipes de una reflexión teñida de fracaso y memoria en medio de un “presente casi inmóvil”. Un presente donde se nos habla de la guerra civil y la postguerra, circunscritas a la memoria urbana del distrito de Sant Martí barcelonés, donde El Clot y el Poblenou son los barrios protagonistas, epicentros emocionales también para quien esto escribe. Rabinad utiliza una prosa minuciosa que reproduce, con un estilo depurado, la asfixia de una ciudad vapuleada por la historia.
Antonio Rabinad ocupó el último período de su vida regentando un puesto de libros de lance en el Mercat de Sant Antoni, donde los domingos por la mañana podía vérselo con su gorra de marinero y su poblada barba, como un viejo capitán a bordo de los pecios que el mundo arroja al mar de los libros ignorados.
Memento mori se publicó en 1983 y contó después con reediciones que pasaron casi desapercibidas en 1987 y 1997. A esta última pertenece el ejemplar de mi gabinete, regalo de mi padre, que la adquirió también en un puesto de segunda mano de Els Encants Vells. A él debo el descubrimiento de tan destacable escritor, que también tuvo su presencia en el mundo del cine, ya que colaboró con Vicente Aranda en la redacción de los guiones de Las crueles, Tiempo de Silencio (basada en la novela homónima de Luis Martín-Santos) y Libertarias (basada en su novela La monja libertaria).
En el prefacio a Memento mori, Rabinad nos cuenta que escribió la novela en un período extremadamente difícil de su vida (año 1976, a los 46 años, habiéndose quedado sin empleo y con hijos pequeños): “En medio de una permanente sensación de fracaso escribí durante cuatro años diez horas diarias, mañana y tarde, domingos y fiestas incluidos (…) una y cien veces reescribí cada página”. Lo que supone, grosso modo, 14.600 horas de trabajo. Para exhumar el poema de sus páginas, sumaré los dígitos del esfuerzo, cuyo resultado es 11. La novela se inicia en la página 21. De ella tomaré el primer verso y de sus múltiplos (32, 43, 54… 274) los siguientes. Decido titular el poema como la novela:
Memento Mori
La vida ilustra su cara como un vómito.
Aquel recuerdo
era una gran mano insidiosa
colgando de un palo.
Un viejo abrigo.
Sabor a gas
como una lluvia
de imprecaciones
(calma lineal de cementerio)
contra los cristales empolvados.
Como una pradera bajo el viento
una árida hilera de nichos,
la más antigua,
no permitía transitar los caminos.
Como sobre la lona de un ring
que ocultaba el mar como una costra,
roto vestido celeste,
vaso mediado
se sentaron.
¿Te acuerdas?
No podemos evitar haber nacido
nunca, nunca
la ceniza del futuro
de ventana en ventana
en tu propia lectura.
Irremisiblemente
lo irrisorio de la muerte
siempre la Mujer
reflejada
húmeda
siempre.
Despojada de imposturas
ante hoteles dudosos
empezó a caminar
un charco de lluvia entre las piedras
de muro a muro.