No hay nada inteligente que decir sobre una matanza.
Kurt Vonnegut
Entre el 13 y el 15 de febrero de 1945 tuvo lugar uno de los episodios más atroces de la Segunda Guerra Mundial: el bombardeo de Dresde. La ciudad alemana, indefensa y poblada mayoritariamente por refugiados civiles y soldados heridos, sufrió la lluvia de 4.000 toneladas de bombas incendiarias y de gran poder explosivo. Los aliados, con la caída del III Reich casi en el bolsillo, decidieron perpetrar un acto indiscriminado e innecesario, con la desfachatez macarra que tanto place a los militares. Costó la vida a unas 30.000 personas. La ciudad quedó arrasada. Las fotografías que pueden observarse de los hechos azotan y repugnan. Sentimientos similares, supongo, a los del soviético Dmitri Shostakóvich, que dicen compuso la esencial obra 24 Preludios y Fugas, Op. 87 tras visitar las ruinas de la ciudad una vez finalizado el conflicto.
En Dresde también se encontraban prisioneros aliados, encerrados en unas instalaciones industriales de las afueras, otrora dedicadas al procesamiento de carne. Allí, en el matadero número 5, un joven preso de guerra yanqui, Kurt Vonnegut, fue testigo de esa descarga de muerte inútil que los “suyos” propinaron sin necesidad alguna. De allí nació el Vonnegut radicalmente antibelicista y también, según la mayoría, la mejor de sus novelas: Matadero Cinco (subtitulada o la cruzada de los niños).
Cuento en mi gabinete con la traducción de Margarita García de Miró, en una modesta edición de bolsillo algo ajada por las relecturas. Para exhumar el poema utilizo las fechas de tan nefasto suceso (13+14+15+2+1945=1989). Sumando los números de la cifra resultante obtenemos 27 y repitiendo el proceso de nuevo, el nueve.
Así, a partir de la página 9 (en la que casualmente empieza la novela) viajaré por las páginas de 9 en 9 (9, 18, 27…) y de la línea 9 de cada una de ellas obtendré un verso del poema hasta llegar al fin del volumen. Como siempre, la elección de cada verso es irrevocable y no se permite retroceder. El poema, que he decidido dividir en cuatro partes, es el que sigue:
I
Es cierto que volví a Dresde.
Mi nombre,
ciertamente yo,
alejado de los nuevos frentes,
donde todo era luz roja,
había tomado
para una revista
rebanadas de pan moreno
como un tambor.
II
En el interior del cobertizo
muchos murieron
claro.
III
Cualquier americano,
ningún inocente.
En realidad
él mismo
sentía nostalgia.
IV
Se desplomó
siguiendo pequeños senderos
cuidando del bebé
para enterrar las armas.