Exhumación poética de «La Velocidad de las Cosas» (Fresán)

Gabinete de labios periféricos

 

El incierto momento de concluir un libro, un poema, una historia. Cuándo poner punto final. El gran dilema. El añorado poeta Francesc Garriga me contaba que él daba por concluido un poemario cuando recibía la llamada ultimátum de su editor: ahora o nunca. La decisión la tomaba el editor. Por sí mismo, Garriga jamás hubiera considerado concluido uno de sus libros.

Existen escritores que, una vez publicada la obra, la dejan atrás y se lanzan hacia el próximo reto. Otros, en cambio, vuelven una y otra vez al abismo de lo inconcluso. Uno de estos últimos es Rodrigo Fresán, que regresa una y otra vez a lo ya publicado para reabrir de nuevo el pozo de lo incontenible. Tomo de la biblioteca de mi gabinete La velocidad de las cosas, edición corregida y aumentada de 2006. La primera corresponde a 1998. La segunda, a 2002. La suma de los tres años de sucesivos cambios y ampliaciones nos ofrece la cifra 6006, capicúa puro y misterioso que actúa como acicate para componer un poema con las palabras de Fresán.

Procedo a visitar el primer renglón de las páginas capicúa comprendidas entre la 111 y la 333. De esa línea procederán la palabras de cada verso, que forman el poema.

Literatura
el tipo de padre
el año del eclipse.

El terreno no consagrado
se esconde
en la boca.
Guardo silencio.

El segundo manuscrito,
el camino y la vida en el camino,
será suficiente.
El que era entonces.
Energía.

No estoy aquí para
mis estructuras.
Hubo momentos
psicoanalistas
(avión hacia la tierra
varias veces
el destello).
No me importa.

Hay que estar muy atentos
para sobrevivirlos en el tiempo.
Por un bostezo.