Exhumación poética de “El corazón es un cazador solitario” (Carson McCullers)

Gabinete de labios periféricos

 

El amor, y en especial el amor por una persona que es incapaz de
corresponder o de recibirlo, está en el núcleo de mi selección de figuras
grotescas objeto de mis obras: personas cuyas deficiencias físicas
son un símbolo de su incapacidad espiritual para amar
o recibir amor, de su aislamiento espiritual. 

Carson McCullers

 

La edición de mi gabinete de esta obra de Carson McCullers es reciente y corresponde a la que conmemora el centenario de su nacimiento (1917-2017). Traducida por Rosa María Bassols Camarasa y con prólogo de Elvira Lindo, El corazón es un cazador solitario supuso la irrupción exitosa y fulgurante de una joven narradora norteamericana de sólo veintitrés años.

McCullers nació en el sur profundo norteamericano, en la racista y aburrida ciudad de Columbus (Georgia). La novela se ubica durante la Gran Depresión en una ciudad parecida. El paisaje anodino, las calles y los barrios degradados por el desempleo y un clima cruel nos muestran un espacio ocupado por la pobreza, la miseria y el hambre, donde afloran de vez en cuando estallidos de violencia. Y es en este contexto asfixiante donde se nos cuenta una historia que podría ser definida como una procesión de soledades. El personaje principal es John Singer, un sordomudo a quien mucha gente hace confidencias, tal vez porque es alguien que nunca dice nada, convirtiéndose así en un repositorio de intimidad. Destaca también la adolescente Mick, en quien muchos han querido ver al alter ego de la autora, una muchacha soñadora que quiere hacer de la música su vida. Y dos personajes que retratan el constructo ideológico de la obra: un médico negro y un aventurero blanco que comparten planteamientos comunistas en la sociedad racista y mezquina que les ha tocado vivir. Son todos ellos individuos complejos, que empapan cada una de las páginas de un desasosiego denso y pegajoso que atrapan al lector en una telaraña extraordinariamente tejida por una escritora sin duda imprescindible.

La corta vida de McCullers (murió a los cincuenta años) es la vida de una mujer apasionada por la literatura. Su enfermedad, un reumatismo articular grave que en aquella época no se diagnosticaba todavía, la sumergieron en dolores crónicos que la llevaron a un intento de suicidio a los treinta años. La enfermedad llegó incluso a impedirle escribir en períodos de su vida y padeció también ceguera temporal. Compensaba todo ello con una energía desbordante y una voluntad inquebrantable de seguir escribiendo apasionadamente, de la misma manera que vivió sus relaciones personales, su intermitente matrimonio, su relación con otras mujeres. Ese amor incondicional por la vida y la creación marcan también la obra de McCullers, una escritora descomunal que no deja de decirnos que el amor es casi siempre platónico, puesto que siempre está en quien ama y casi nunca en quien es amado.

No deja de asombrarme que, con veintitrés años, McCullers pudiera escribir esta obra que, si desconociéramos este dato, sería calificada sin duda “de madurez”. Por ello acudo a un generador de números aleatorios alojado en Internet. Solicito una lista de 23 números comprendidos entre el 17 y el 386 (las páginas entre las que discurre la novela). Este es el resultado:

20-21-27-43-46-59-82-119-161-174-180-189-191-193-216-241-272-282-320-323-325-348-363. De la primera página obtengo el título, y de las siguientes, un verso hasta haber exhumado el poema que viene a continuación.

 

Soledad

Sus grandes ojos
su cara parecía vaciada en hierro
una parte muy secreta
antes de que amaneciera
la única barca salvavidas.

Deseó ardientemente regresar
farfullar sonidos inventados
treinta años antes,
fumando cigarrillos de marihuana
desnudándose
para mantener el calor.

Estaba sentado muy quieto
el patio estaba desierto.

Recordó las palabras
y afuera empezó a oscurecer.

Los suaves cielos se oscurecían,
entre las rodillas
el océano,
solitario canto.

Mostrar la verdad,
lo que había sucedido.

Éste era el fin.