Estar en la sala de estar en la sala

Somos una granja humana

 

En la sala de estar estás al mismo nivel que las lámparas y el sofá, al mismo nivel que el televisor de leds y que la tableta que ejecuta Android. Al mismo nivel que todas esas cosas que hacen bulto a tu alrededor y que amagan cuando no las miras, que de un tiempo a esta parte están poniéndose borrosas. En la sala de estar no eres, como tampoco son las lámparas, como tampoco es el sofá. En la sala de estar sólo estás. El planeta Tierra tiene un área de 510.100.000.000 metros cuadrados, pero cuando no estás en la oficina ni estás en el bar ni estás visitando a tu hermana, todo el mundo sabe en qué lugar del planeta Tierra encontrarte: en los 11 metros cuadrados de tu sala de estar.

Absorto entre paredes en tonos pastel, rodeado de una decoración hogareña pero elegante, desparramado por un sofá de Ikea por el que da gloria desparramarse.

En el lavabo te lavas, en la cocina cocinas. En la sala de estar, estás.

A tu sala de estar vienen amigos, y se están un ratito, y luego se van. Después viene tu hermana, y se está otro ratito, y luego se marcha también.

Entonces te quedas solo en la sala de estar. Entonces te concentras en la tableta que ejecuta Android y le acaricias la pantalla mientras por el televisor desfilan los refugiados, que son peña muy piojosa y muy maloliente y muy maltratada por la vida. Y cobras conciencia una vez más de la suerte que tienes de estar en tu sala de estar. De lo inmensamente afortunado que eres de tener los pies recostados en un reposapiés Poäng chapado en madera de haya, bajo el niquelado del flexo, los 2.400 vatios del calefactor cerámico caldeando la atmósfera. Tú ahí actualizando tu perfil de Facebook mientras al otro lado del planeta la gente ríe, la gente llora. Tú ahí reenviando el meme de los pañales de amianto mientras en los órganos de poder la gente toma decisiones que destruirán miles de vidas, que cambiarán el mundo para siempre.

En el dormitorio duermes, en el recibidor recibes. ¿Y en la sala de estar? En la sala de estar, estás.

Es cierto que a veces, en la sala de estar, te aburres un poquito. Es cierto que hay noches que no echan nada en la tele. A veces, las intervenciones de tus amigos en Facebook te parecen penosas. A veces tus propios amigos te parecen penosos, y poco a poco una angustia sorda va ganando terreno, va propagándose por toda la estancia hasta que te sientes penoso tú también. Y a veces, sólo a veces, la angustia alcanza tales magnitudes que lanzarías la tableta por la ventana, que patearías el televisor, que caerías de rodillas sobre el parqué y chillarías hasta romperte la garganta y te arañarías la cara con las uñas hasta arrancártela, hasta despegarla del hueso por completo. Son momentos en los que desearías salir corriendo de los 11 metros cuadrados de tu sala de estar. Caminarías sin mirar atrás, recorrerías los 510.100.000.000 metros cuadrados del planeta Tierra, vivirías mil vivencias buenas y malas sin importarte el confort, porque no te sentirías un refugiado, te sentirías libre. Te marcharías para no regresar.

Pero no es menos cierto que eso sería una soberana idiotez, que eso no es posible. Que lo tuyo es mantener la cabeza fría, que hay que tener paciencia. Todo pasa, y como en tu sala de estar no vas a estar nunca en ninguna parte. Tarde o temprano echarán algo en el televisor. Y tarde o temprano algo sucederá en la tableta que te arrancará de tu estupor, algo que te hará gracia, mira ese cómo se pasa, ja ja ja.

Hala, hala, capta cómo salta el bicho, ja ja ja.

Que dicen que ahora lo mismo hay una segunda vuelta en las elecciones, ja ja ja.

En la sala ni siquiera eres. Y si fueras ¿qué serías? No hay manera de saberlo, porque en la sala de estar sólo estás. Los anglosajones se refieren a ella como living room, que vendría a ser una habitación de vivir o la habitación de los vivos. El español es más preciso. Porque en la sala de estar bien puedes estar muerto.